Lo primero que piensas cuando ves un título como La casa de la Muerte es que no está pendao para tí. Parece estar diseñado para atraer a jóvenes adolescentes con ganas de misterio y sustos o de explicarnos historias de fantasmas y demonios en alguna casa encantada. Pero nada más lejos de la realidad. Una vez leemos la contraportada esta Death House se transforma y nuestra visión prematura - y errónea sobre la novela queda en evidencia. El título se refiere a una especie de internado donde van a parar los chicos y chicas que contraen una extraña enfermedad mortal. Esta mansión, aislada del mundo, dirigida sólo por un grupo de docentes, enfermeras y una supervisora será el hogar de todos aquellos que tienen el gen defectuoso. Y allí pasarán las últimas semanas de vida hasta que sean trasladados al misterioso sanatorio del piso de arriba de la casa.
Tenemos pues una aventura centrada en un grupo de adolescentes que desde el primer momento vive en la mansión sin nombre; han sido trasladados desde sus hogares, les han arrancado literalmente de los brazos de sus padres debido a un maldito análisis de sangre que ha dado positivo. La autora, Sarah Pinborough, no se dedica a analizar las causas de la enfermedad; ni siquiera de las posibles curas: le interesa más el tratamiento psicológico encarado a un grupo de chicos y chicas que saben que morirán próximamente. El terror que esto les produce a pesar de convivir con cierta normalidad, la desesperación al ver como los compañeros van cayendo ... todo ello se convierte en un pequeño tratado psicológico narrado en primera persona por Toby, uno de los chicos más grandes (tiene 17 años). Un chico que desea aislarse voluntariamente de los otros y perseguir momentos de intimidad y reflexión en las oscuras noches hasta que una nueva llegada de enfermos le cambia la vida.
Porque La casa de la Muerte es ante nada una historia romántica. Sí, oís bien. Dentro de esta nueva casa maldita dos jóvenes encuentran la manera de amarse. El primer amor, aquel que guardamos siempre como un recuerdo imborrable, quizás también será el último para ellos. Y aunque la novela tiene los ingredientes esenciales para convertirse en una narración distópica juvenil, Pinborough escribe de forma firme, segura y alejada de tópicos, sin dejarse llevar por dramas innecesarios o por un exceso de emotividad. Decimos distópica porque la autora, dejando de lado la terrible premisa inicial va dejando pistas de donde ocurre la narración y cuando (parece que en un futuro próximo, con un cambio climático importante y una sociedad con puntos muy oscuros). Esta determinación para aniquilar - aunque sea de forma civilizada- los chicos con los genes defectuosos es el elemento clave para la distopía. Curiosamente sin embargo, la autora se aleja de lo que ocurre en el resto del mundo y se centra en la dura realidad de la casa de la muerte.
Tengo que decir que el libro me ha atrapado mucho. Quizás porque debido al título me esperaba otra cosa y las expectativas no eran muy elevadas; pero la sinceridad con la que escribe Pinborough bajo los pensamientos de Toby es muy efectiva, dinámica, real y emotiva. Todo pero con un tempo equilibrado que se adecua perfectamente entre la intriga y la especulación. No estamos hablando de terror, estamos hablando de las siempre desagradables consecuencias de las distopías que afectan de forma importante a las sociedades futuras
La casa de la Muerte es un libro que roza la perfección en el ritmo y la intriga que desprende, en el sentido de que la autora ha sabido dotarlo de un misterio y una tensión más que notables. Quizás los que nos gusta llegar al fondo de todo, hubiéramos quedado más satisfechos al saber el origen o las consecuencias del gen defectuoso; pero esta es, como se suele decir, otra historia. Lo que nos descubre Pinborough es por un lado la entrada al mágico mundo del primer amor y por otro lado el claustrofóbico universo de una casa concebida para eliminar sin dejar rastros a sus internos. Un par de premisas que chocan frontalmente y que nos proporcionan agradables horas de lectura.
No os lo perdáis.
Eloi Puig, 07/10/15
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