Es bien sabido que la ciencia ficción dura no es mi fuerte. He leído varias novelas de ciencia ficción escritas bajo la premisa de que la tecnología, la física i la verosimilitud entre los conocimientos actuales y las posibles tecnologías futuras está conducida a través de la ciencia. Esta suele estar por encima de una historia que narrada de otro modo tal vez llegaría a un público más amplio pero que también causaría menos impresión en los lectores versados a especular sobre física cuántica o viajes interestelares posibles, por poner unos ejemplos.
Mi experiencia en el mundo del hard se basa sobre todo con el australiano Greg Egan, del que he leído obras y cuentos desiguales, algunos los he entendido más y los he hallado extraordinarios - el primer capítulo de Ciudad permutación por ejemplo- y de otros me he perdido irremediablemente dentro de los laberintos de la física cuántica - como el caso de Cuarentena-. Pero a menudo me han aportado información y sobre todo herramientas de debate sobre conceptos que la ciencia ficción trata de forma a veces demasiado rudimentaria.
Estoy hablando de Greg Egan, pero debería estar analizando El Ladrón Cuántico, del finlandés Hannu Rajaniemi, la última apuesta de ciencia ficción dura de la editorial Alamut - hace unos años también nos presentaron por ejemplo Luminoso, una colección de cuentos del mismo Egan bajo el sello de Bibliópolis-. Y si la estoy comparando, aunque sea un poco de lejos, con Ciudad Permutación es por el enorme potencial que tiene esta novela al tratar la evolución de la mente y el encriptamiento, copia, almacenamiento de la memoria y en definitiva de la condición humana, separada una vez más de su soporte físico, el cuerpo humano.
Vamos por partes: Un futuro indeterminado en nuestro sistema solar, poblado por post-humanos, las mentes de los que pueden ocupar varios cuerpos en vidas diferentes; donde existen naves biotecnológicas vivas - esto no es tan raro de hecho- y donde estos post-humanos han evolucionado de manera totalmente diferente creando una complejidad política, tecnológica y sobre todo social fuera de medida. Nuestro protagonista, Jean le flambeur es un ladrón de mentes, capturado y recluido en una prisión virtual de la que consigue escapar gracias a la ayuda de Mieli y su nave consciente. Flambeur iniciará así un retorno a la ciudad libre y errante de la Oubliette, en Marte, donde se le encargará una nueva tarea, un nuevo robo.
A diferencia de otras novelas hard, El ladrón cuántico no aporta tantos problemas a la hora de entender según qué tipo de tecnología o acercamiento al universo cuántico; aquí el handicap a superar es el choque de imágenes y sensaciones que nos llega desde la primera página por el hecho de que el autor no nos ubica en su recién creado universo y debemos ir adivinando qué es cada cosa, cada concepto, cada costumbre, gadget, comportamiento social o civilización que aparece en sus páginas. Debemos guiarnos por el contexto de la narración para entender por dónde van los tiros. Y no siempre es fácil, no siempre se consigue. Esto me provoca como lector un grado de frustración importante pues repetir párrafos enteros para intentar descubrir qué ocurre exactamente es farragoso, pero a la vez, a diferencia como decía de otros hard, la prosa de Rajaniemi es muy fluida, muy amena y muy adictiva. Sin querer vas leyendo sin detenerte – y a menudo sin entender el mensaje- pero atisbando imágenes poderosas, destellos de una historia sólida, de unos personajes interesantes y sobre todo dejando que se abra dentro de nuestra mente racional un sentido de la maravilla que hacía tiempo que no sentía leyendo ciencia ficción.
La lectura pues no es fácil, no es apta para todos; hay un grado importante de concentración y eso que la magnífica traducción de Manuel de los Reyes nos facilita el trabajo, proporcionándonos precisamente lo que comentaba anteriormente: que aunque no entiendas todo lo que narra la novela, esta no se hace aburrida en ningún momento. De todos modos, como lector hubiera agradecido un poco de consideración por parte de Rajaniemi en forma de un glosario de términos y conceptos, o un breve prólogo situándonos en un universo de estados cuánticos que no siempre se asimilan a la primera.
El sentido de la maravilla que desarrolla el libro es, como decía, impactante: Ciudades errantes, mentes tan poderosas como dioses, mensajes telepáticos, acceso consciente y prácticamente infinito a exomemòries colectivas, cuerpos fabricados para realizar funciones específicas, y una serie de episodios fascinantes que transportan al lector muy lejos de los conceptos terrenales, palpables, físicos, en que entendemos buena parte de la ciencia ficción. Rajaniemi tiene una mente prodigiosa pero que ofrece al servicio de los más exigentes solamente. Para absorber toda esta información el lector habrá que poner los cinco sientas o más.
El ladrón cuántico pues es una lectura recomendable para todo aquel que disfrute con los retos que ofrece la ciencia ficción dura, pero los lectores como yo que a veces necesitan que les den todo más masticado puede ser una experiencia frustrante debido a que llegas a vislumbrar el increíble sentido de la maravilla que ofrece la novela sin poder saborearla al 100%, sea por las propias carencias de un servidor, sea porque ésta no está destinada a todo tipo de público.
Probadla. Adentraos en este mundo extraño y fascinante, pero sed conscientes de dónde estáis entrando! Puede que salgáis rápidamente con la mirada perpleja y sintiéndoos poca cosa o puede que que no podáis marcharos y os quedéis anclados al universo de Hannu Rajaniemi (que hay que decir ya ha comenzado a expandirse con más novelas).
Eloi Puig, 26/05/13
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