Es sabido que la ciencia ficción y la fantasía en catalán está creciendo a buen ritmo e incluso me atrevería a decir (siendo un poco generoso) que se está estableciendo poco a poco dentro de una relativa normalidad. Pero esto no quita que continuamente a los aficionados a los géneros fantásticos se nos escapen obras de nuestro radar de investigación. Esto se debe, por un lado, a esa cantidad elevada de nuevas novelas y antologías fantásticas que no podemos abarcar completamente —por suerte— pero también porque editoriales generalistas publican trabajos muy interesantes de género pero no se hacen eco, o al menos suficiente eco en los canales más obvios del género fantástico en catalán.
Esta novela es un buen ejemplo de ello. La compañía nórdida de Albert Villaró, por cierto una de las obras galardonadas con el primer Premi del Festival 42 de gèneres fantàstics de Barcelona, pasó muy desapercibida entre la mayoría del fandom en catalán (entre el que me incluyo). Y es una lástima. Una novela que probablemente también hubiera merecido llegado al menos a la final de los Premis Ictineu pero que no fue suficientemente valorada... porque pocos aficionados sabían de su existencia.
Pero centrémonos un poco. La compañía nórdica es una novela de fantasía histórica y esto siempre es un punto que me gusta destacar pues es uno de mis subgéneros preferidos en la fantasía: Una historia que bebe de hechos reales y que llena los vacíos imaginando una trama fantástica que liga perfectamente con lo que sabemos. En este caso, Albert Villaró nos traslada a finales del primer tercio del siglo XIX durante la Primera Guerra Carlista en las montañas del Prepirineo catalán.
No es la primera vez que encontramos fantasía historia ambientada en las guerras carlistas. Recordemos por ejemplo el clásico Las historias naturales (1960) de Joan Perucho de la que me atrevería a decir que la presente obra le hace cierta referencia. Pero si en la novela de Perucho nos adentrábamos —aparte de los aspectos geográficos y customistas— en una aventura que nos mostraba parte de nuestra mitología (catalana), Albert Vilaró va más allá y nos abre las puertas a encajar dentro de esta I Guerra Carlista en la mitología más de origen centroeuropeo en la forma de la Cacería salvaje (la primera vez que descubrí este término fue en la saga de Geralt de Rivia de Andrej Sapkopski).
Albert Villaró confecciona una historia en narración de primera persona y un estilo que se mueve entre aires decimonónicos y un extraordinario lenguaje coloquial gracias a la presencia de un gran personaje al que llegaron más adelante. En La compañía nórdica se nos explica en forma de relato hallado, las aventuras del soldado Ulrich von Wilamovitz, un voluntario prusiano de las guerras carlistas en el estado español. Él, obviamente llega para luchar en el bando del rey Carlos. Nuestro protagonista es descendiente de exiliados catalanes que huyeron hacia Austria de manera que entiende —aunque sea de forma entrecortada— el catalán que se habla tanto en Andorra como en Catalunya. Durante los primeros capítulos, observaremos cómo avanza por unos parajes desconocidos en los que poco a poco va asimilando costumbres, va reactivando la lengua medio olvidada que le enseñó su abuela y va descubriendo la mencionada geografía andorrana y catalana.
La ambientación es excelsa. Villaró, como buen historiador se ha documentado de cómo se desarrolló aquella primera guerra carlista por nuestra región e introduce a personajes reales que sirven para anclar más la trama de realismo que envuelve la novela. Nuestro joven Ulrich se unirá enseguida a un batallón carlista pero dado su don de científico letraherido le encomiendan participar en una extraña misión: La investigación de una matanza ilógica y salvaje de una guerrilla liberal. Formará parte de un grupo extraño en el que integrantes de ambos bandos cooperarán para buscar quien ha cometido unos asesinatos tan sorprendentes. Una nueva guerrilla, pues, que no augura nada bueno:
“La pinta que hacemos no es la más estimulante: un monje despeinado y de mirada alucinada; una chica sombría, con aspecto, vestuario y ademán de bandolero; un militar extranjero de piernas largas y patillas rubias, tan exótico como un mono”
Y aquí radica una de las claves de esta lectura: El personaje del padre Cebrià, el monje despeinado de la cita, nuestro científico loco de turno, nuestro secundario que se come con patatas a todos los demás. Villaró ya me demostró con esa gran obra de Els ambaixadors que es capaz de crear un personaje con tal carisma que él solo lleva la novela sobre sus hombros. Y aquí ocurre un poco lo mismo: El padre Cebrià es un representante del misticismo religioso pero también de la ciencia y el conocimiento. Sus idas y venidas y su lengua afilada nos ofrecerán los mejores pasajes de la novela. Algún amigo me ha comentado que el autor abusa demasiado de este personaje. Y quizá sea cierto porque comparados con él, los demás se quedan a kilómetros de distancia... incluyendo nuestro protagonista Ulrich.
Pero la cuestión es que a través de los magníficos diálogos que aporta el padre Cebrià vamos descubriendo tanto un catalán coloquial excepcional como por otra parte los avances —o no— en la resolución de los asesinatos. Y es que Villaró nos abre el gusanillo para saber qué está pasando en estas montañas repletas de militares que juegan al escondite en una guerra incierta. Llega a puntos donde las referencias fantásticas y las descripciones son de gran belleza épica:
“(...) Son catorce ascuas encendidas, mientras levantan los sables que brillan con un resplandor azulado, como si fueran unas hojas afiladoras de hielo iluminado por dentro. Los caballos responden a los jinetes, pican nerviosos el suelo y levantan lenguas de fuego. (...)”
Pero también he de decir que estos momentos son más bien breves y que la gran prosa de Albert Villaró a menudo se encrespa por senderos que parecen perderse y no centrarse demasiado en la trama. He echado de menos más referencias y más momentos donde el elemento fantástico estalla y hace tambalear la realidad de nuestro malogrado grupo de investigadores.
Sí, La Compañía nórdica es una notable obra que nos abre la puerta a la imaginación y a comprobar cómo pueden interactuar corrientes antagónicas como la fantasía y la ciencia porque esta relación forzada —y encarnada por el padre Cebrià— es uno de los aspectos más interesantes de la novela. Pero también es cierto que aunque el autor mantiene un ritmo constante y que nos deleita por el lenguaje utilizado, le falta un poco de espíritu de aventura, quizás un toque más de terror y una tensión que debería ser más constante y que no sólo aflorara de forma puntual.
Sea como sea, una buena lectura recomendada que encaja perfectamente en la más pura fantasía histórica de obras que enlazan guerras y batallas con hechos extraordinarios.
Eloi Puig
19/06/2022
|