A veces intento comprender qué deberían sentir las personas que vivieron (y sobrevivieron) un conflicto de carácter tan intenso y agotador emocional y físicamente como la II Guerra Mundial. Me refiero a que dejando a un lado si fueron del bando ganador o perdedor, probablemente las expectativas futuras viendo cómo la humanidad seguía repitiendo los mismos errores una y otra vez no debieron ser demasiadas esperanzadoras, y más cuando empezaba una nueva guerra (fría) que volvía a poner en jaque en Europa.
Todo eso son suposiciones mías pero viendo cómo John Wyndham enfocó (el año 1955) la presente novela, creo que un cierto sentimiento de frustración y malestar tiene que quedar en una época donde el futuro no se veía demasiado luminoso. Sin embargo, también es verdad que el autor aplica a la novela un espíritu de superación y de optimismo hacia lo qué vendrá.
El día de los trífidos es una novela catastrofista al 100%. Una historia terrible explicada con palabras amables, un terremoto de destrucción de nuestra civilización a través de una de las plagas que más puede temer la humanidad y que evidencia su debilidad cuando un sentido tan vital como la vista es anulado: El paso de la Tierra a través de los restos de un cometa provoca un espectáculo grandioso en el cielo nocturno, tan sublime que la mayor parte del mundo se asoma a contemplarlo. Pero al día siguiente prácticamente todo el mundo se despierta ciego. Uno de los pocos que conservan la visión es nuestro protagonista que la noche de los hechos se estaba recuperando de una herida en los ojos, estaba vendado y por lo tanto no resultó afectado.
Aquí es empieza la aventura: Al ver como la gente de Londres y toda Inglaterra (y suponemos también el resto del mundo) han quedado invidentes, sin poder acceder a los recursos y con un problema añadido: los trífidos, unas plantas creadas genéticamente por los humanos para aprovechar un aceite de gran calidad pero que son venenosas, carnívoras... y caminan. Ahora que la humanidad está ciega, ahora que el hombre no es capaz de valerse por sí mismo, ha llegado su momento, su día, el día de los trífidos. Ahora pueden convertirse en los próximos amos de la Tierra.
Ciertamente tengo que decir que Wyndham la acertó de lleno al proponernos una historia que sólo por el simple hecho de la ceguera ya sería terrorífica pero que al añadir una plantas muy peligrosas que se alimentan de carroña puede resultar realmente aterradora. Pero el autor, en el más estricto tradición inglesa, propone una novela calmada, que nos explica una destrucción masiva de una forma incluso demasiada ordenada. Quizás es el carácter inglés, tan frío y calculador cuando hace falta, pero el hecho de que al día siguiente de la catástrofe los supervivientes con visión ya empiecen a organizarse para construir un nuevo mundo mientras el viejo todavía se está degradando es tan increíble como el mismo hecho de la ceguera repentina a nivel mundial.
Eso me recuerda parcialmente aquel gran clásico de la ciencia-ficción que es La guerra de los mundos, donde también la aniquilación de la sociedad inglesa parecía importunar relativamente a sus habitantes, siempre dispuestos a empezar de nuevo, resistir o tumbar la tortilla. Quizás el hecho de tener una Guerra Mundial en tantos pocos años vista influyó en el cariz que dio al autor a la novela.
No tenemos aquí una novela que nos restriegue dramas personales por la cara, pues hay poca predisposición por parte del autor para retratarlos. Más bien pasa por encima. Prefiere seguir con la coherencia interna que detenerse en casos individuales. Aquí es inevitable que compare El día de los trífidos con una novela que también se convertirá en un clásico y que trata de la misma temática: Ensayo sobre la ceguera. Ésta, mucho más visceral, radical y profunda es capaz de revolvernos el estómago, todo lo contrario de la presente novela que expone los hechos de forma más fría y distante. Ambas comparten el fin del mundo a través de la ceguera colectiva y de los instintos a que el hombre es capaz de acudir para sobrevivir a todo precio, pero la novela de Saramago no hace concesiones mientras que El día de los trífidos parece querer pasar por encima de los hechos más escabrosos.
Una de las pocas cosas mejorables, pero recriminables, es el relativo poco aprovechamiento del recurso de los trífidos. Si uno se imagina caminando por las calles de una gran ciudad a tientas, mientras lo asedian unas plantas carnívoras caminantes su terror sería absoluto, pero Wyndham prefiere centrarse en los esfuerzos en reconstruir una vida normal - a pesar de la presencia crecen de los trífidos que impiden un desarrollo como es debido de los proyectos- y dejar de lado los pasajes más angustiantes.
En todo caso, los capítulos finales se empieza a ver el alcance del problema de forma más clara. Es allí donde el autor nos prepara para un final esperanzador, aunque un poco precipitado, envuelto por una moraleja antibelicista, fruto de su tiempo. Gran novela pues, que bebe de nuestra realidad para avisarnos de lo que podemos perder si jugamos tanto con guerras frías como con manipulación genética. Muy recomendable. Un clásico.
Eloi Puig, 01/10/09
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