Hay momentos en los que tres de los pilares más esenciales de toda novela convergen sin casi proponérselo, fluyendo de forma elegante y haciendo que asimilemos sus líneas sin que nos demos cuenta, convirtiendo la novela en una obra excelente. Estas puntales que aguantan la novela son (sin ningún orden concreto) la trama, los personajes y el estilo.
Uno de los síntomas más evidentes de esta convergencia, de esa tormenta perfecta que Jesús Cañadas ha dirigido de forma sublime, es el simple hecho de que no puedes parar de leer. Dicho así parece sencillo, obvio e incluso ingenuo por mi parte, pero es algo indiscutible: Mientras devoraba la novela me quedaba absorto en sus palabras, secuestrado por el estilo acaparador, profundo y lleno de matices de Cañadas. Y obviamente estaba pegado a una trama con muy buenos personajes, algunos incluso de salvajes y desagradables, odiosos. Y no podía detenerme. Cuando tenía unos minutos, cogía de nuevo el libro y me ponía a ello, adentrándome cada vez más en esta zona de fumadores que de forma enigmática nos planteaba el autor, y que de rebote nos mostraba la misma esencia de uno de los males de nuestros tiempos... y de hecho de todos los tiempos.
¡Pero ah! ¡Aquí un servidor jugaba con cierta ventaja! He tenido la suerte de seguir de cerca la carrera literaria de Jesús Cañadas, ese gaditano simpaticote que te suelta una broma cada veinte segundos de conversación pero que después te puede hacer revolver el estómago o peor: Ponerte los pelos de punta mientras lees lo que escribe. He leído todas sus novelas para el público adulto desde aquel lejano homenaje a H. P. Lovecraft que era Los nombres muertos e incluso lo he disfrutado como traductor de Los últimos días de Jack Sparks. Sólo me falta su primera novela y las obras juveniles, pero siempre he dicho lo mismo —y por suerte, lo sigo creyendo—: Una novela del Cañadas es un éxito asegurado.
Y ahora resulta que el autor ha vuelto al camino del terror puro y duro, como ese horror de trasfondo psicológico que nos trajo hace unos años Pronto será de noche. Pero esta vez, creedme, incluso ha dedicado más energía a hacernos partícipes de una historia que mezcla el thriller policíaco con la fantasía más terrorífica. Y, además, ambientada en nuestro tiempo y con un trasfondo crítico contra nuestra propia sociedad enfermiza. Todo esto y mucho más es lo que encontraréis en Dientes Rojos, publicado por Obscura Editorial.
La historia nos lleva al Berlín actual, esta ciudad gris, fría y cosmopolita, repleta de vestigios y monumentos al pasado reciente y de nuevos barrios llenos de vitalidad que la desvirtúan tanto como la reconstruyen de nuevo cada año que pasa. La capital alemana es como un actor más de esa historia ubicada en los barrios populares alejados del centro, especialmente del sur de la ciudad. Distritos que ofrecen una mirada ambigua: Son quizás áreas rechazadas por la población más elitista, pero al mismo tiempo se reconvierten en un invento que navega entre el hipsterismo innovador y la desolación de la periferia. En este escenario, pues, muy conocido por el autor (Jesús Cañadas lleva años viviendo en Berlín) se esparcirá una enfermedad vieja como el tiempo, que lleva una eternidad entre nosotros, escondida, silenciada y expresamente ignorada.
Kocaj es un inspector de policía que recientemente acaba de aterrizar a una comisaría berlinesa. Hijo de la inmigración polaca conoce bien los barrios del sur de la ciudad como Kreuzberg y Neukölln. De día se ocupa de sus asuntos y al anochecer debe cuidar de un padre moribundo en silla de ruedas que convive con él. Aunque es una persona respetada no todos sus compañeros son como él. Encontraremos a Ritter, un policía desagradable, odioso, racista, cretino y al que parece le permiten sobrepasarse continuamente. Es un veterano hijoputa que lleva la voz cantante en la comisaría y lleva la resolución de los casos más allá de lo que a menudo es legal. Ritter elige a Kocaj como compañero para resolver la desaparición de una adolescente llamada Rebecca. Una chica que estudiaba en un internado católico y que no se la encuentra por ninguna parte.
A partir de ahí Jesús Cañadas construye un caso narrado en primera persona y en presente, de modo que recibimos la información de forma muy directa y contundente. La relación visceral entre Ritter y Kocaj, los métodos utilizados entre uno y otro, las vidas que dejan en casa, en especial el joven Kocaj, con una relación de odio y desprecio por su padre... lo mezclamos con una trama que sube de intensidad a medida que descubrimos detalles escabrosos sobre Rebecca y su desaparición y lo adornamos con un estilo que nos deja sin aliento y tenemos, como comentaba, un thriller que corta la respiración.
El mismo primer capítulo es de una perfección que asusta. Una tensión en algo tan banal y tan habitual en nuestras calles que a menudo ni nos damos cuenta de que se produce (especialmente los hombres): El caminar tranquilo pero firme, seguro de un joven como Kocaj tras una chica que se aventura de noche en una ciudad ajena. Sólo la descripción de estos momentos ya evidencian lo que nos encontraremos durante la novela (y de paso sienta las bases del mensaje de trasfondo).
Kocaj se nos presenta como un personaje con una visión sobre el bien y el mal que a simple vista parece ser la correcta. Ritter es su antítesis: Sus métodos nos chocarán y lo tomaremos como un ejemplo de policía despreciable. Esta bilateralidad entre el bien y el mal, sin embargo, es una cortina de humo, un espejismo. Todos tenemos una bestia interior, todos podemos acatar nuestros instintos más animales, todos podemos convertirnos en lo que más odiamos cuando tomamos posesión del poder, de la capacidad de estar por encima de los demás, sean amigos, compañeros, familiares... pero víctimas todos ellos. Esta tonalidad de grises que poco a poco vamos desentrañando en nuestros protagonistas principales son de gran riqueza y uno de los factores que más me ha atraído de la novela.
Dientes rojos tiene dos partes muy diferenciadas: Durante dos terceras partes de la novela comprobaremos cómo evoluciona la investigación criminal sobre la desaparición de Rebecca, una búsqueda que cada vez toma rumbos más extraños. El último tercio de la historia nos acercará a través de una mirada fantástica a la puerta trasera de esta investigación y el descubrimiento de verdades incómodas sobre algo tan contrastado como es que las víctimas que suelen encontrar en circunstancias similares, siempre son mujeres. Esta parte final es un tour de force que nos golpea página tras página. Incluso, nos puede costar asimilar algunos aspectos trasladados por personajes secundarios pero también es aquí donde Cañadas se desahoga más, se suelta y nos abre los ojos a esta enfermedad que la humanidad ha estado arrastrando de forma siniestra por la mitad de la población obviándola de forma deliberada.
Y es aquí donde el sentimiento de rebelión, del basta, de la ira, aflora y ataca, y muerde, y rasga y saborea el dolor.
(...) “Me baja de un tirón los pantalones. Se me enredan en las rodillas. Lloro, pero no es de pena. Lloro de rabia. Aprieto los puños presa de una rabia de milenios de antigüedad, de un grito que clama venganza por todas y cada una de las veces que un depredador patético como el que tengo encima nos ha immobilizado en el suelo, lloro por cada una de las que han llorado antes que yo, grito por todos los gritos de ayuda que nadie se dignó a escuchar, y en ese grito ya no hay pena ni terror, no hay más que un rabia monstruosa, un rugido de bestia cuyas fauces resultan estar expuestas, abiertas, listas para morder. Y muerdo, vaya si muerdo. (...)”
Dientes rojos es una novela que aborda un tema de una complejidad simple, el oscuro origen de esta epidemia de violencia y del dominio de quienes la ejercen... de forma expresa, como sin darse cuenta. Sin eufemismos, cruda y visceral. Directa en el estómago.
Eloi Puig
19/02/2022
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