A menudo aparco en una zona a la que tengo que acceder por una calle con una subida considerable. Y muchas veces, subo aquella calle caminando a paso constante y rápido, como si tuviera que ir a la fuerza a unos 5 o 6 km/ h. Sudo, me canso, pero sigo sin detenerme y sin desfallecer hasta llegar arriba. Y me siento brevemente como si estuviera haciendo la Larga Marcha. Pensaréis que estoy lelo pero quien ha leído este libro no lo olvida nunca.
Cuando hace catorce años leí esta novela de Stephen King (firmada bajo el seudónimo de Ricard Bachman) no sabía a qué me enfrentaba. De hecho, repasando la reseña que realicé entonces descubro que el hecho de que firmara con otro nombre, me hacía pensar que era una obra menor. Y no es así, claro. De hecho es una obra maestra del terror psicológico. En aquella primera lectura de la edición de Martínez Roca me quedé atrapado en la lectura desde el principio por la sencillez de la premisa y por la frialdad con que el autor de Maine nos narraba la muerte de unos adolescentes por el simple hecho de dejar de caminar. Hoy, también.
Ahora, la editorial Males Herbes ha hado la primera traducción al catalán —de Martí Sales— y obviamente me la he querido volver a leer, no sin cierto recelo por miedo a que no me impresionara tanto, dado que sabía cómo acababa y como transcurría la acción. Y no sólo este sentimiento se ha desvanecido de golpe sino que se ha fortalecido la sensación que es una verdadera obra maestra. Releyendo la reseña -—como decía— veo que valoré negativamente que el autor no nos situara más firmemente en esta distopía sugerida donde transcurren los hechos pero ahora me doy cuenta que realmente no es importante, que lo que verdaderamente cuenta son las sensaciones, las miedos, los anhelos de esta carrera hacia la muerte. He modificado muy poco la reseña que hice en su momento porque he comprobado que prácticamente todo lo que afirmaba hace catorce años lo suscribo y ratifico ahora, pero con más fuerza.
Ubiquémonos: EE.UU., en un momento indeterminado que no se llega a concretar, parece un siglo XX con rasgos ucrónicos, alternativos, pero que al autor no le interesa dejar claros pues enfoca toda su atención en la premisa de la novela: Mostrar el terror absoluto ante la muerte próxima. ¿Cómo? Con una malsana competición deportiva. Cada año cien chicos voluntarios realizan una marcha por la carretera. Tienen que caminar a un ritmo mínimo de 6,5 Km / hora; cada vez que bajan de esta marca mínima reciben un aviso por parte del ejército que les sigue y controla por detrás. Después del tercer aviso son asesinados a tiros allí mismo. La marcha no concluye hasta que queda una sola persona de pie. El premio... cualquier cosa que el ganador desee.
Stephen King, por un lado critica la sociedad consumista que necesita ver sangre, sufrimiento y dolor -—y que tal vez así desvía la atención de los problemas reales encarnados en la política y una sociedad desencantada—. La marcha se retransmite por televisión en una especie de reality show donde la gente enloquece, se excita y clama contra los marchadores o a favor de ellos. Y por otro, el autor busca adentrarse en la mente de los adolescentes que caminan y vislumbrar qué les ha hecho presentarse de forma voluntaria a una prueba así.
La novela no deja de ser una especulación, en clave de terror psicológico, sobre la proximidad de la muerte. Todos los participantes de la Larga Macha saben que pueden oir los disparos que significarán el fin de su vida en cualquier momento, sólo por el hecho de reducir el ritmo por debajo de los 6,5 Km / h; todos los marchadores entienden que los amigos que hagan durante la caminata deberán morir para salvarse ellos mismos. Todos ellos temen que el agotamiento de caminar días y días puede provocar que acaben muertos o con graves secuelas aunque ganen la prueba. La sencillez del argumento se centra en las interactuaciones entre los diferentes protagonistas, sus rivalidades, sus terrores personales, la ayuda que se dispensan, el odio que se profesan... todo un abanico de posibilidades que el autor explota magníficamente.
King escribe con pasión, con un énfasis que me hace recordar sus mejores obras, tiene terreno para explorar y tiene la capacidad para hacerlo. Usa los diálogos entre los participantes para explicarnos porque están allí y utiliza los pensamientos más profundos de estos para mostrarnos el dolor, la esperanza, el sufrimiento y el horror que deben afrontar ante la carretera. El autor profundiza paradójicamente tanto en la relación de grupo como en la soledad de los marchadores. Analiza los sentimientos de los participantes de forma escalofriante... mostrando cómo pueden pasar de la lástima, a la arrogancia o la camaradería, y de ahí a la desesperación más absoluta.
El carácter hipnótico de sentir los kilómetros pasar por debajo de los pies de los marchadores, sin que los chicos se puedan detener o dormir o simplemente hacer sus necesidades con tranquilidad, cada vez más cansados y más demacrados, es una sensación extraña que se acomoda en tu mente y que visualizas como un espectador más que tuviera la relativa suerte de escuchar las conversaciones o captar la intensidad de los sentimientos que afloran por la fatiga continúa. La muerte pasando por delante de tus ojos a un ritmo constante.
La banalidad e incluso indiferencia con que la mayoría de nuestros protagonistas se inscriben en una prueba que con toda probabilidad los matará es uno de esos mensajes que cada uno tendrá que saber interpretar. ¿Porque lo hacen? ¿Por la sociedad distópica donde les ha tocado vivir? ¿Porqué quieren el premio? ¿Quizá por la falta de perspectivas... o de fe... o de algo que los haga sentir vivos?
La larga marcha es una novela que juega a romper esquemas y que hace que el mismo lector realice apuestas mentalmente sobre quién ganará finalmente la competición añadiéndose sin quererlo a la turba de gente que anima y contempla con morbosidad a los caminantes. ¿Significa esto que en el fondo la condición humana es capaz de asumir estas barbaridades? ¿No observamos todos nosotros embobados los desastres bélicos o naturales que nos ofrece la televisión y en cambio hacemos caso omiso a noticias más agradables o programas más inocuos? Quizás nuestra racionalidad es la única diferencia entre la sociedad civilizada y la barbarie, pero no siempre la cultivamos como sería necesario. La larga macha es una obra de ficción pero a veces me pregunto si no sería fácilmente aplicable a una sociedad cada vez menos comprometida y éticamente corrupta como la nuestra, capaz de emitir sin parar reality shows sin ningún sentido. Todavía estamos muy lejos de querer una "Larga Macha", pero estamos sentando las bases.
Cuando camino en una excursión, o voy a buscar el coche o simplemente me dirijo a un lugar me imagino una Larga Marcha. No siempre, claro, pero especialmente cuando veo una colina, una subida que parece quererme impedir que continúe al mismo ritmo, a una velocidad que por suerte no significa nada pero que para los personajes de la novela es la simple diferencia entre la vida y la muerte.
No os la perdáis. No la podréis dejar.
Eloi Puig,
29/09/2020
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