Ya faltan menos. Poco a poco las grandes obras de Robert Silverberg, uno de mis autores preferidos, van cayendo a mis manos. Algunas las tengo pendientes en la pila desde hace años, como es el caso de Saldrac en el horno o de esta pequeña obra maestra que es El Libro de los cráneos que por alguna razón inescrutable todavía no había leído. Otras las tengo localizadas en algunas librerías de viejo y tarde o temprano caerán en el saco. No son libros que uno pueda dejar escapar así como así.
El libro de los cráneos es una novela que parte de una premisa fantástica pero que su desarrollo lo podríamos catalogar más bien de viaje iniciático mezclado con road movie: Unos jóvenes universitarios descubren un antiguo manuscrito -curiosamente escrito en catalán medieval- que afirma que si un cuarteto de miembros viajan a un misterioso monasterio de Arizona, será posible recibir la bendición de la vida eterna. El precio a pagar pero es grande: uno de los cuatro miembros que conforman este grupo -nombrado Receptáculo- se tendrá que quitar la vida voluntariamente y otro integrante deberá ser sacrificado a manos de los otros. Los dos restantes recibirán a cambio el tesoro de la immortalidad.
Pero Silverberg es un autor especial, que no escribe argumentos simples y que siempre esconde segundas intenciones, muchas de ellas relacionadas con el crecimiento personal, la capacidad de redención, el castigo, el perdón... en definitiva el sufrimiento interno de sus protagonistas y la capacidad de asumir culpas y pecados cometidos. El desplazamiento de los universitarios por buena parte de los EE.UU. no será sólo un viaje físico sino también iniciático, espiritual. Todos ellos saben el precio a pagar si resulta de que el manuscrito es auténtico y todo ellos hacen preguntas, tienen dudas y repasan con mayor o menor medida su propia existencia: sus hazañas y sus frustraciones y sobre todo sus relaciones familiares, de amistad o puramente sexuales. En el fondo el autor hace un retrato auténtico de uno época tumultuosa socialmente hablando, unos locos años setenta que arrastran todavía la máscara mística de los hippies pero que bajo ella también mira adelante, hacia la ciencia y el conocimiento. Un momento ideal para que cuatro universitarios cultos en sus disciplinas duden sobre si seguir el misterio que impregna las páginas de un viejo manuscrito o de si hacer caso a la razón.
El libro de los cráneos está estructurado en capítulos cortos narrados en primera persona, mejor dicho en cuatro primeras personas. Cada protagonista tendrá su voz y voto en la novela: Eli, un judío erudito especializado en lenguas románicas y con problemas de timidez; Oliver un granjero estudiante de medicina, alto, fuerte, atractivo y sin complejos aparentes; Ned uno enclenque homosexual, manipulador, poeta, bohemio, romántico y Timothy, hijo de una importante familia, rico, despreocupado, arrogante y seguro de sí mismo; A través de sus impresiones interiores iremos descubriendo secretos, carácteres y sobre todo unas personalidades grises, humanas y próximas. Ninguno de ellos es perfecto, de la misma manera que ninguno de ellos quiere el mal para nadie, pero todos ellos tienen miedos interiores que los lanzan a creer en una utopía, en una magia ancestral que según el Libro de los cráneos les permitirá vencer a la misma muerte.
El estilo de Silverberg es tan fresco y ágil que podemos pulirnos el libro en un santiamén. Es capaz de utilizar tanto un lenguaje directo y crudo para narrarnos una experiencia visceral de alguno del protagonistas como también resultar sutil y poco tangible en las descripciones, enmarcadas algunas de ellas en paisajes oníricos y nebulosos cuando quiere resultar ambiguo - por ejemplo con ciertas clases de historia donde aparecen conceptos como la Atlántida o los hombres de cromañón-. Hay capítulos que te absorben de manera tal que cuando los acabas te vienen ganas de volver a leerlos, tanto por la buena literatura como por el estallido de ideas que puedes encontrar en pocas líneas. Un ejemplo: El capítulo 8 -narrado por Oliver: ¡Sólo dos puntos y aparte en seis páginas pero con qué facilidad el autor nos habla de la mortalidad, de los anhelos de Oliver! Es un capítulo perfecto en todos los sentidos.
Una profunda obra psicológica que juega con la fantasía pero sin introducirse en ella claramente, utilizando la sutileza, el misterio y en algunos momentos las visiones a través de drogas para obtener una trama donde esta fantasía se mezcla con la más alta ciencia-ficción de la que Silverberg es un maestro narrador - cómo hemos podido ver con novelas como Regreso a Belzagor o El Hombre en el laberinto. Una novela, pues, difícilmente clasificable que a pesar de poseer algunos elementos fantásticos, nunca podrá ser etiquetada claramente en ningún género.
Sea como sea, una pieza clave en la producción de Silverberg y eso se traduce siempre como buena literatura de marcado carácter social, muy alejada de la ciencia y muy cerca de la búsqueda interior y del misticismo. Excelente.
Eloi Puig, 18/01/09
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