Hoy día tratar de analizar una obra de Úrsula K. Le Guin puede resultar una tarea tan enriquecedora como fútil. Enriquecedora porque la autora siempre ha escrito muy bien, porque a pesar de sus 80 años recién cumplidos continúa al pie del cañón con una prosa extraordinaria, siempre fluida, siempre amena y próxima. Fútil porque por muchas vueltas que dé a sus historias, muchas de ellas acaban tratando los mismos temas, tanto si nos adentramos en las novelas de ciencia-ficción ambientadas al universo Ekumen como si nos decantamos por disfrutar de sus series fantásticas.
Por eso me ha resultado estimulante leer a Le Guin en una novela pseudo-histórica con elementos fantásticos. Dicho así, este "pseudo" parece un reproche pero en verdad no es así. LavInia es una novela que hace un homenaje explícito al poema épico de la Eneida de Virgilio, o al menos a sus últimos 6 volúmenes. Y por lo tanto se basa en personajes ficticios para aportar - según las propias palabras de la autora- una reflexión, una nueva interpretación al poema inacabado del poeta romano. También añade una magnífica ambientación pre-romana y con el trasfondo de la mitología greco-romana construye una fantasía histórica, una novela con raíces reales pero con personajes rescatados del poema de Virgilio. Y claro, también incorpora unos elementos fantásticos que se ajustan al carácter que pretendía darle a la obra.
La novela es un juego metaliterario donde Lavinia, la futura esposa del exiliado Eneas y verdadera protagonista de la trama, sufre unas visiones de su poeta -Virgilio-. Un personaje real que está agonizando en otro tiempo y en otro lugar mientras rememora la creación de su obra magna: La Eneida. Lavinia comprende que ella y todo aquello que conoce son fruto de la imaginación del poeta, pero que a diferencia de personajes muy relevantes como el mismo Eneas, Lavinia, a duras penas aparece en breves fragmentos. A partir de aquí el mismo Virgilio que en su delirio aparece como un espectro, un fantasma que relata el destino que espera a Lavinia, acaba por comprender hasta qué punto ha errado a no otorgar más protagonismo a una persona que se merecía mucho más que las breves menciones relatadas en el poema.
Le Guin pues hace jugar a Lavinia a un juego macabro: Conoce el destino de los suyos, sabe cómo acabarán los enfrentamientos que tendrán lugar a su tierra, el Lacio, entre los exiliados troyanos y la alianza de los pueblos de la región. Pero la autora no deja que el destino fluya por si solo al lado de Lavinia y la hace sufrir y vivir múltiples experiencias escondiéndole aspectos de su futuro. Podríamos compararla brevemente con Casandra -la troyana que podía predecir el futuro pero que nadie la creía, debido a un castigo del diós Apolo. No es el único paralelismo con la historia de la guerra de Troya. Los combates entre Eneas i Turno recuerdan los duelos pasados entre Héctor i Aquiles aunque obviamente con menor intensidad. Es el enfrentamiento del héroe contra el héroe, del orgullo contra el honor... unas características muy masculinas que Le Guin se encarga de poner en duda a través de la mirada crítica de Lavinia.
Si dedicamos la atención suficiente al libro descubriremos que la autora da el protagonismo a la mujer y no quiere que ésta sea la sombra del héroe Eneas, no la quiere como una comparsa del poder como pudo ser por ejemplo Helena de Troya, pues Le Guin continúa censurando la masculinidad y la guerra una vez más y Lavinia es su manera de demostrar que las mujeres también pueden ser inteligentes a pesar de las dificultades innatas por alcanzar el poder.
Como decía, Le Guin prefiere retratar las hazañas cotidianas de las personas que actúan en segundo plano que no las mil y unas batallas ganadas por los héroes. Aun así hace falta que exista una épica, pues en el fondo la novela se desarrolla sobre las bases que fijó el poema de Virgilio. En un pasaje magnífico, el espectro de Virgilio relata en dos páginas una matanza descomunal, muy al estilo de La Iliada. Una barbarie de sangre y vísceras narrada sin pausa, sin contemplaciones pero también sin emoción. Creo que es determinante que Le Guin lo relate de esta manera tan desapasionada, como para evidenciar su rechazo a la violencia que engendra al hombre. Y esta violencia tiene un nombre: Guerra.
En más de una conversación entre Lavínia y el fantasma de Virgilio se observa cómo ésta medita sobre este término mientras que su etéreo dialogante -que no deja de ser un hombre- responde de forma condescendiente:
“- Sin guerra, no habría héroes
- ¿Y qué tendría eso de malo?
- Oh, Lavínia, ésa es una pregunta de mujer”
Y no será el único diálogo donde se responden a preguntas de Lavinia del porqué de la necesidad de batallar, de matar que tienen los hombres:
“-Oh, Lavínia, ¡ésa es una pregunta de mujer! Porqué los hombres son hombres”
La autora no hubiera quedado satisfecha si no hubiera podido narrar de forma sorprendente la ambientación histórica de esta zona del centro de la península itálica: El Lacio. La esmerada recreación de las naciones latinas y de los etruscos; de la religión tan vinculada a la naturaleza pero con tantos elementos provenientes de la cultura mediterránea - especialmente helénica; del papel del hombre y la mujer en el hogar, de las comidas, las estructuras sociales... todo resta perfectamente narrado por la firme mano de una autora con solvencia contrastada. Naturalmente, a pesar de las tareas documentales, se ha inventado algunas costumbres y formas de hacer, ya que los registros de la época pre-romana no ofrecen toda la información necesaria.
La trama pero sufre de un mal singular: la misma disposición del argumento, en torno a profecías, augurios y visiones del futuro hace que el lector conozca prácticamente el desenlace de ésta y por lo tanto que pierda interés. La autora no se esconde de ello y lo potencia adelantando acontecimientos para retroceder acto seguido hacia el presente. Aunque la novela es un solo bloque narrativo, sin capítulos, tenemos estos flashforwards de lo que pasará. Pero incluso sin esta técnica narrativa, la trama peca de ser demasiado evidente y eso resta entusiasmo al lector. El hecho de basarse en una obra previa podría condicionar el argumento pero a la autora poco le importan las incoherencias que asume la propia Eneida con hechos tan relevantes como que la Guerra de Troya se realizó probablemente en el siglo XIII a.C mientras que la fundación de Roma a la que se supone Eneas contribuyó es del siglo VII a. C.
Como decía al principio, una pseudo-historia realzada al estilo de los clásicos, con héroes, profecías y batallas, con personajes de honor por ambos bandos y con un experimento metaliterario que sobre todo cobra vida al principio de la novela y que por desgracia no tiene mucha continuidad- a pesar de ser la pieza más original de todo el entramado. Nos quedará una historia prececible, pero narrada con el estilo y la magnífica prosa de una autora, cuyas obras hablan por sí solas; ofreciendo casi siempre reflexión filosófica y porque no, también cierta espiritualidad. Justo el que nos podemos esperar de Úrsula K. Le Guin.
Eloi Puig, 05/11/09
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