Hay días que te das cuenta de que llegas tarde. Hoy, después de finalizar la lectura de este libro me ha vuelto a venir esta sensación insatisfactoria. El mundo sumergido es la primera novela que leo del recientemente fallecido J.G. Ballard. ¿Que por qué no había leído ninguno antes? No lo se... quizás porque no me habían atraído sus trabajos, quizás porque la pila de libros pendientes era demasiada tentadora como para comprar los de un autor -para mí- desconocido ... vete tú a saber...
El pasado octubre visité con interés la exposición que le dedicaron al autor en el MACBA, el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona. Una exposición que si bien se centraba en toda la carrera literaria del autor, hacía un especial inciso en su producción en el género de la ciencia-ficción. Allí conocí superficialmente el compromiso que Ballard tenía con sí mismo y su obra. Un compromiso que desembocaba irremediablemente en una obra rompedora, diferente, a veces radical, introspectiva, pesimista, polémica... con novelas que marcaron con cierta profundidad aquella new wave de la década de los sesenta donde la ciencia-ficción realizó un giro sobre sí misma. Ballard aportó un granito de arena importante a la corriente new wave con novelas más experimentales - y por lo tanto más incomprendidas- como el ciclo de desastres naturales (compuesto por esta misma novela más El viento de ninguna parte, La sequía y El Mundo de cristal) o de otros como Crash, donde las relaciones sexuales extremas podían también proporcionar un mensaje perturbador, a través de una ciencia-ficción con la mirada puesta hacia el interior, no hacia el exterior.
Comento todo eso porque como lector inculto que me siento a menudo después de comprobar todo lo que me falta por leer, me esperaba una novela muy diferente cuando empecé El mundo sumergido. El argumento gira sobre los efectos de un cataclismo a escala planetaria producido por un cambio climático extremo - y algunos accidentes cósmicos que no vienen al caso- de manera que la temperatura absoluta del planeta asciende de forma inesperada durante décadas, cambiando radicalmente la vida a la Tierra. De hecho, las zonas ecuatoriales y templadas del planeta se vuelven inhabitables y la escasa población que sobrevive tiene que emigrar hacia el norte - hablamos del hemisferio septentrional-, cerca de los polos, pues las selvas, las enfermedades y el extremo calor impiden prácticamente vivir más al sur.
Hasta aquí, las premisas de partida son compatibles con otras novelas postapocalípticas. Y uno se espera leer los esfuerzos del resto de la humanidad para combatir este efecto climático... pero no. Ballard, como decía antes, vuelve la mirada hacia el interior de las personas y nos propone un ejercicio mucho más metafísico sobre el cataclismo que afecta al planeta: Lo que un día fue Londres ahora es un conjunto de lagunas prácticamente jurásicas, donde la selva y las iguanas se han apoderado de los rascacielos más altos que todavía sobresalen del agua. En estas lagunas la expedición científica promovida por el gobierno -con sede en Groenlandia- recoge las instalaciones para volverse al norte, pues se prevé que en pocos meses la vida sea ya insostenible en aquellos parajes. Algunos científicos y militares, sin embargo, se niegan a marcharse... quieren continuar en la laguna y algunos tienen la fijación de viajar hacia el sur adentrándose en las selvas antidiluvianas.
Es aquí donde el autor realmente cambia los parámetros de las premisas iniciales y convierte la novela es una propuesta muy diferente pues ésta no nos transmite una lucha para sobrevivir al caos si no la fijación de ciertos personajes por volver a integrarse a la naturaleza a través de un abandono progresivo de cuerpo y mente; también ayuda la desidia provocada por el calor y por sueños extraños que evocan épocas pasadas donde el clima terráqueo era similar a las condiciones actuales, como si la memoria histórica de la Tierra penetrara en la mente de los humanos, instigándolos a dejar de luchar, a escuchar la llamada de la selva, a volver a unos orígenes primigenios como si un sol gigantesco irradiador de calor reinara todavía en la actualidad difundiendo mensajes primitivos.
El mundo sumergido es una novela que llama la atención por las descripciones desmesuradas y claustrofóbicas de los escenarios tropicales de los alrededores de Londres. Las continuas referencias al calor donde las temperaturas se mueven entre los 35 y los 50 grados - con tendencia a continuar ascendiendo-, el nuevo mundo conquistado por reptiles e insectos, algunos ya mutados a causa de la radiación, y en definitiva las condiciones adversas que los protagonistas sufren voluntariamente con una cierta mezcla de atracción y repulsión simultánea persiguen un deseo, una locura del subconsciente, que les manda buscar la muerte a través de un suicidio de desidia.
Una novela corta, rápida de leer, que no profundiza argumentalmente con algunas de las teorías expuestas entorno a los deseos, miedos y fobias que el subconsciente guarda cerrado a cal y canto después de miles, de millones de años de evolución - el miedo inconsciente a las arañas tan arraigada en mucha gente (entre la que me incluyo) es un ejemplo que expone el autor para evidenciar que nuestra mente guarda a un registro de otros tiempos. Pero estas hipótesis sólo visten la verdadera meta del autor: La inmersión voluntaria y racional en un universo nuevo en forma de naturaleza primigenia que nos llama cuando las condiciones ambientales vuelven a ser favorables.
El mundo surmegido tiene más relación con las historias introspectivas de Robert Silverberg que con las actuales narraciones de catástrofes naturales. Probablemente esta novela nos abra más preguntas que respuestas, pero aquí es donde la especulación de la ciencia-ficción se hace más evidente.
Eloi Puig, 27/04/09
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