Tengo una relación larga con esta novela. Hace cosa de unos veinticinco años compré la edición en castellano que publicó la editorial Minotauro. ¡Tenía que leer una de las novelas que siempre aparecía en las listas de obras fundamentales de la ciencia ficción! Pero tan punto la tuve en las manos me enteré de la mala prensa que arrastraba la traducción al castellano de esta edición. Se afirmaba que no se entendía el libro y que la traducción era muy mejorable. También entonces descubrí que la traducción catalana de Pleniluni —que se había realizado un año antes, en 1988— era superior y los que habían leído ambas traducciones se decantaban inexorablemente por esta. Nada pues, busqué el libro en catalán... y no lo encontré. Y ya se sabe, el tiempo va pasando, llegan nuevas lecturas y aquella novela fue sufriendo la presión de cientos libros sobre suyo, bajo la inmensa pila que todo bibliófilo va acumulando... hasta el punto que aún sigue allí debajo, sin leer, esperando. Lo tengo como nuevo, reluciente.
Por eso, cuando me enteré que Pagès Editors volvía a publicar Neuromante en catalán (Neuromàntic) mi alegría fue mayúscula y mi interés por la novela volvió a despertar. Por un lado porque por fin la editorial leridana volvía a traducir obras de ciencia ficción (dentro de su catálogo hay autores como Silverberg, Card, Aldiss o los hermanos Strugatski a las que sólo sería necesaria una nueva portada de las obras para que fueran un éxito inmediato), y además, con el buen cambio de imagen que impulsó Daniel Genís al frente de la colección esta ha mejorado mucho; y por otro lado porque finalmente podría redimirme de una asignatura pendiente como era esta lectura. ¡Ahora sí, ahora podría ponerme el día con una obra tan influyente! Y así ha sido pero los resultados no han estado a la altura de lo que me esperaba. Ahora no tengo tan claro que las traducciones sean la causa principal del porqué la novela de William Gibson no me ha impresionado como me esperaba. Analicemos esto un poco.
En 1984 Neuromante consiguió lo que otras novelas de ciencia ficción han intentado realizar desde siempre: Romper moldes, adelantarse al futuro, proporcionar ideas revolucionarias y expandir el sentido de la maravilla, en este caso, bajo la mirada de la nueva industria informática que entonces estaba empezando a asomarse tímidamente. Aunque otras obras (más) capitales como El jinete de la onda de Shock (1975) de John Brunner ya avanzaban elementos donde la informática, los virus, la red globalizada y las posibilidades de una incipiente internet podrían influir en nuestra sociedad, sí es cierto que Gibson removió más estas ideas y desarrolló una trama que a pesar de poseer elementos ya elaborados anteriormente como la red virtual (Brunner la llamaba Data Net) en la que en la presente novela se bautizó con el nombre que todos conocemos hoy en día: Ciberespacio, también construyó una ambientación muy atada con la oscuridad y la decadencia de una sociedad futura ultra conectada, donde los implantes tecnológicos en el organismo son el pan de cada día, las industria y corporaciones poseen el poder de un estado y donde la globalización y el acceso a la información es una constante que no nos ha hecho mejores, ni más libres, sino quizás más esclavos aún de un sistema distópico donde la tecnología es la libertad anhelada pero también el vínculo al sistema; una espada de Damocles dentro de ti que te puede empujar hacia lo más grande pero que también te puede destruir en cualquier momento si no respondes adecuadamente. Así nació —más o menos— el subgénero de ciencia ficción por excelencia de la década de los ochenta: El ciberpunk.
Neuromante es una novela que lo tenía todo para triunfar. Su carácter visionario de comienzos de los ochenta, la ambientación malsana de los barrios bajos, la diferencia abismal de clases sociales y el hecho de que la tecnología implantada en el cuerpo de los humanos los haya transformado con mayor o menor gracia en cyborgs. También la premisa inicial que nos presenta el autor —un golpe, un asalto que utiliza el mundo virtual para efectuarse—es de aquellas que te pone los dientes largos. Incluso que una de las películas más alabadas de la ciencia ficción se estrenara un par de años antes (Blade Runner) y que esta compartiera buena parte de los elementos ciberpunk —especialmente en la ambientación— la ayudó sin duda.
Diciendo todo esto no es de extrañar que poco a poco la novela se convirtiera en un libro de culto y ganara los principales premios del género (Hugo y Nebula) e incluso el Philip K. Dick (que también le ofrecía una complicidad contracultural). Ahora bien, a mí me ha dejado un poco frío. Y no por qué no valore todos estos aspectos que he comentado, sino porque creo que para mí ha pasado su tiempo o al menos no ha conseguido despertar aquel hormigueo excitante de leer algo nuevo y transgresor. Ahora valoro mucho aspectos como una prosa cuidadosa o un argumento más diáfano. Probablemente si hubiera leído aquella obra que aguanta, estoica, bajo la pila desde hace veinticinco años me hubiera gustado más, pero reconozcámoslo: he crecido literariamente con novelas ciberpunk que me han dejado mucha más marca: Desde Snow Crash de Neal Stephenson a Carbono Modificado de Richard Morgan pasando por la Trilogía Ciberpunk de George A. Effinger.
Pero centrémonos un poco: Neuromante nos traslada a un futuro indeterminado donde la tecnología ha alcanzado hitos inéditos como la creación de un ciberespacio donde los cowboys informáticos, (lo que hoy conocemos como piratas) hacen y deshacen a través de una red virtual plagada de peligros y donde la mayoría de la población puede poseer varios implantes dentro de su cuerpo que incrementan alguna función u otra y que usan para magnificar o potenciar habilidades. Case ha sufrido recientemente un castigo por querer estafar a sus dueños y tiene la red neuronal dañada de manera que no puede conectarse al ciberespacio. Un día recibe un encargo de parte de un misterioso personaje llamado Armitage que le promete reconstruir dicha red a cambio de sus servicios. A partir de aquí Case se verá integrado en un equipo de expertos en su campo que querrán conseguir una meta imposible y terriblemente complicada. A Case se le unirán Molly, una chica con aires ninja, una máquina de matar modificada por ser una guerrera en combate con hojas de acero mortales bajo sus uñas, o Dixie Flatline, una conciencia almacenada en un ROM, uno de los piratas informáticos más veteranos —y mentor del propio Case— o también en Peter Riviera, un ladrón, un dandy con la capacidad de proyectar visiones holográficas a su alrededor. Juntos seguirán las órdenes del Armitage pero también investigarán por su cuenta quién es realmente este personaje y para quién trabaja.
Gibson nos llevará de un escenario a otro sin descanso, creando ambientaciones verosímiles, pero con una trama confusa en la que por momentos te pierdes y no sabes por dónde te lleva. Este, para mí, es uno de los principales problemas de la novela: su indecisión a decirnos de qué va exactamente, donde nos quiere hacer llegar. Sí, claro, sabemos que el equipo tiene que hacer un golpe, un asalto a un lugar teóricamente inexpugnable pero no tenemos claro los motivos. Ni siquiera cuando vamos conociendo poco a poco como se implican las inteligencias artificiales en la trama —cosa que siempre es muy golosa— la capacidad de hacernos prestar atención al argumento no es suficiente y se disuelve a ratos en que no entiendes lo que está pasando. Gibson, al menos para un servidor, no ha conseguir atarme a la lectura, sólo a las especulaciones tecnológicas y distópicas que suelta en un segundo plano. El autor nos transmite un sentido de la maravilla supeditado a una trama —repito— confusa.
El autor utiliza también elementos de tecnolengua que si bien son acertados dada la visión avanzada de la novela, a veces necesitarían un poco de contexto (o quizás un glosario final). En todo caso, esto son detalles, solamente. Lo que para mí no ha conseguido la novela es despertar emoción. Los personajes los veo un poco estereotipados y el hecho de que no haya conseguido seguir con fluidez la trama, ha rebajado mis expectativas (que quizás eran demasiado altas, todo hay que decirlo).
Mi valoración del Neuromante, pues, es agridulce: Como inicios del ciberpunk entiendo su influencia (sólo hay que ver como algunas escenas parecen estar calcadas por películas como Matrix) y cómo despertó la admiración de los lectores, pero por otro lado Gibson no ha conseguido que la trama argumental —que no es complicada, pero si narrada con cierta imprecisión— despertara en mí la atención suficiente.
Una novela, tal vez, fundamental para entender el movimiento Ciberpunk pero que literariamente queda lejos de obras capitales del género. Algunos compañeros me comentan que mejora en una segunda relectura. No lo dudo. Quizás dentro de unos años me vuelvo a poner a ello, ya de forma más relajada. Sea como sea, el hecho de tenerla una vez más en catalán es una buena noticia pues estos clásicos que fundamentaron sus respectivos subgéneros son obras a rescatar del olvido a toda costa.
Eloi Puig
16/03/2021
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