Una epopeya steampunk. Este es la sugerente frase promocional que acompañaba al inapropiado título de Los relojes de Alestes. Ciertamente, en mi decisión de leer el libro han influido más estas breves palabras, una contraportada que prometía maravillas, y un autor como Víctor Conde, del que sólo había leído un cuento de masiado hard para mi gusto pero que se ha hecho un nombre dentro del fandom de este país - especialmente después de haber ganado el Premio Minotauro del año pasado- que un título insulso que no evocaba demasiado interés, a priori.
Los relojes de Alestes es una ucronía steampunk, una aventura a caballo de las máquinas de vapor en una Europa inventada pero basada en gran medida en el frenético ambiente de finales del siglo XIX: Prusia es la gran potencia del continente que parece la única nación que puede parar las ansias expansionistas de un beligerante imperio Otomano. Mientras los americanos acaban de realizar un lanzamiento único que de rebote será el origen de una aventura nunca vista entonces: El inicio de la carrera espacial.
Sí, habéis oído bien, carrera espacial a finales del siglo XIX, y con tecnología punta a base de vapor. Genial. La novela refleja el sueño steampunk, el anhelo en buscar el más difícil todavía, el descubrir lo que aún no ha sido descubierto o racionalizado por la civilización occidental. Y en este caso se trata de conquistar la Luna. Naturalmente los zeppelines, los trenes y otros inventos a vapor son parte de la vida cotidiana de una Europa donde el máximo exponente de modernidad es la ciudad de Moscú, capital de un país que aún conserva Alaska y donde parece que los zares aún ostentan el poder, aunque de forma diferente a como lo hicieron en la realidad.
En este sentido, la novela plantea anacronismos ingeniosos comparando la carrera por el poder del conocimiento y de la utilización de recursos minerales aún vírgenes entre EEUU y el bloque europeo-soviético (una especie de anticipo de la Guerra Fría?), No sin criticar sutilmente el expansionismo americano y su afición por las armas. Aquí entra en juego el Gun-Club, que no deja de ser un antecesor ucrónico del actual National Rifle Association que presidió en los últimos años el actor Charlton Heston (que por cierto también hace unos cameos de forma también anacrónica en la novela como el malvado de turno). El Gun-Club ya aparecía en la novela De la Tierra a la Luna del visionario Julio Verne y de la qual, la presente obra hace un explícito homenaje.
La trama principal de la novela pues, gira en torno a una serie de personajes unidos bajo un hito común: lanzar un proyectil tripulado en destino a la Luna para contrarrestar el que ya ha enviado el Gun-Cubo americano. El cómo hacerlo será el eje principal de la novela. El estilo del autor quiere emular una prosa decimonónica -imprescindible si lo que leemos son siempre diarios personales y fragmentos de notas tomadas de forma taquigráfica por los personajes-. Y lo consigue creando una atmósfera que nos traslada de lleno al lenguaje y las formas del siglo XIX en Europa.
Víctor Conde consigue crear una historia plausible, con una prosa elegante que da el punto de vista de varios personajes al dedicar capítulos a narrarnos en primera persona las vivencias y anhelos de cada uno de los protagonistas: Desde los geólogos científicos a los socios capitalistas. En este sentido pero, a la novela le falta un poco de emoción, de acción, que desestabilice una narración que mantiene un ritmo constante en todo momento y le aporten más interés que el puramente técnico. Digamos que los malos - aquí encarnados en los americanos- no han estado a la altura y que incluso las escasas aportaciones de éstos a la trama argumental ha sido un tanto precipitada y fuera de contexto.
Nos encontramos pues ante una aventura épica ambientada en un universo steampunk que se lee muy bien y que nos permite soñar en encontrar sentido de la maravilla en cada página. Su desarrollo, como decía, es muy constante pero le faltan algunos momentos tensos que la hagan más intensa y emotiva. Todo resulta satisfactorio hasta que el autor, en un énfasis para dar aún más sorpresas nos proporciona un final un poco fuera de juego, donde el sentido de la maravilla parece haberse amplificado por diez, ofreciéndonos una hipótesis de pura ciencia ficción especulativa que suena discordante con todo lo que habíamos leído hasta entonces. Pero si olvidamos estas propuestas altisonantes - que de rebote parece que tienen que ver con el título de la novela y los relojes que apenas se mencionan un par de veces en toda la obra-nos encontraremos con una novela más que interesante y que gustará especialmente a quien busque ucronías donde el sentido de la maravilla y la mezcla entre ficción e historia tenga un equilibrio tanto fantástico como en Los relojes de Alestes.
Eloi Puig, 13/03/2012
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