No siempre tienes la suerte de leer una novela como ésta. Una novela que pasó desapercibida para mucha gente (en la que me incluyo) sin ninguna explicación demasiado lógica. Una odisea que ha hecho traquetear las historias de viajes en el tiempo, tanto por su innegable originalidad como por su magnífica prosa.
Las historias de viajes en el tiempo tienen muchas premisas que se repiten, pero la mayor parte de ellas intentan crear algo de nuevo que las haga interesantes e innovadoras a la vista del lectores potenciales. Asimov por ejemplo creó uno genialidad con El Fin de la eternidad, obra altamente original y singular. Connie Willis incorporó algunos elementos de cosecha propia en novelas como Por no mencionar el perro o El libro del día del juicio final como por ejemplo las rígidas leyes a que los viajeros estaban sometidos cuando se movían a través del tiempo. La norteamericana Audrey Niffenegger por su parte ha conseguido un paso todavía mayor: Hacer convivir una historia de viajes en el tiempo con la vida cotidiana de un matrimonio normal, de nuestro tiempo.
Henry DeTamble sufre una enfermedad única: Cuando menos se lo espera es desplazado hacia el pasado o hacia el futuro durante un periodo de tiempo variable -minutos, horas, días- para retornar más tarde a su presente. Eso comporta situaciones delicadas y en diversos momentos peligrosas pues cuando viaja en el tiempo toda su ropa, objetos personales, etc se quedan en el lugar donde estaba él antes. Más veces de lo que querría pues, Henry tiene que luchar contra la meteorología extrema, contra los indeseables o simplemente tiene que intentar no ser detenido por escándalo público. Muy a menudo los viajes de Henry lo llevan al pasado donde conoce a su futura mujer y donde se establece una relación que los marcará para siempre.
Y Clare, su mujer, queda en el presente, sufriendo por una vuelta rápida y sin complicaciones de Henry. Los dos comparten el secreto y los dos entienden que su destino es estar juntos, y más desde que Clare a los seis años conoció a Henry cuando éste viajaba en el tiempo. Desde aquel día, los encuentros "temporales" se van sucediendo sin cesar. La autora empieza cada capítulo situando al lector en la fecha y la edad de Henry y su mujer para que retengamos la época donde está el viajero en el tiempo y qué edad tiene Clare en aquel momento.
La novela es una larga y peculiar historia de amor entre ellos dos. Los personajes secundarios que aparecen dan poco volumen a la vida de Henry y Clare y aunque muchos de éstos secundarios conocen también el problema de Henry. no suelen tener un papel destacado en sus vidas. Niffenegger ha centrado toda su atención y dedicación en la superación personal de los dos protagonistas.
Ésta es la primera novela de la autora y hay que sacarse el sombrero para admirar con qué clase ha resuelto el problema de las paradojas temporales y con qué estilo tan esmerado nos describe la compleja relación amorosa entre Henry y Clare. La novela está narrada por los dos protagonistas en primera persona y en presente. Sentimos y casi palpamos los problemas de Henry o la desesperación de Clare, los momentos divertidos y los angustiantes. Niffenegger nos hace vivir esta relación de una manera muy intensa donde la originalidad de las situaciones y la cotidianidad en que se resuelven son unos referentes.
Porqué como decía al principio, aquí encontramos una historia que no pretende enaltecer a ningún héroe ni ofrecernos ninguna gran epopeya épica. Sólo nos quiere mostrar los sufrimientos -muy poco comunes- de una familia donde uno de sus miembros tiene una enfermedad incurable e intratable. En este punto no deja de ser una novela costumbrista, vista bajo un punto de vista muy especial.
Muy recomendable para cualquier aficionado a la ciencia-ficción pero también para los más reacios a entrar. No quedarán decepcionados, pues La mujer del viajero en el tiempo tiene todos los elementos para ser una obra maestra: Argumento innovador, profundidad en los personajes principales, estilo directo y ameno, la sensibilidad justa y necesaria para contentar todos los extremos, y sobre todo, un sentido de coherencia y de pulcritud literaria que hacía tiempo que no me encontraba en una novela.
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