Las cosas están cambiando, o al menos
así lo parece leyendo esta primera novela de José
Miguel Vilar. No sólo porque el editor ha querido resaltar
la obra comparándola con George
R.R. Martin en vez de la habitual mención de Tolkien,
si no porque el estilo y las maneras del autor parecen de cosecha
propia. Vilar quiere romper esquemas en cuanto a ritmo, capítulos
y estilo y hay que decir que le sale bastante bien.
Para empezar tenemos un entretenido y divertido
metaprólogo. Y qué es un metaprólogo se preguntarán
algunos. Pues una introducción donde el autor justifica,
mediante la discusión de un tribunal, el valor de las ideas
invertidas en el libro, argumenta el porqué de ciertos recursos
literarios o avanza qué se puede encontrar el lector cuando
continúe leyendo, observando además que el lector
es el último de los jueces que valorarán la novela.
En todo caso un comienzo original y ameno que abre las puertas a
la historia propiamente dicha.
Vilar nos propone una narración de aires
épicos pero con toques personales que acaban por reconvertirla
en algo más original. Los navegantes nos
habla de la Guerra, así con mayúsculas -cómo
diría el autor-. Nos da suficientes argumentos para desmitificar
las grandes batallas, las gestas y los mismos héroes que
entran en combate. Y sin hacer concesiones: Violaciones, matanzas
de niños, torturas ... quizás influido por la estancia
que realizó en un campo de refugiados de guerra en Serbia
(de hecho, una buena parte de la novela la escribió allí).
Esta reflexión sobre la guerra por la guerra es la base central
del argumento de Los navegantes. La historia como
no podría ser de otra manera empieza con una batalla y acaba
con otra. La Guerra, la matanza, el delirio y el frenesí
se extienden por sus páginas en todo momento, pero también
el sexo, largamente tratado - de forma espléndida, por cierto-,
el drama y unas buenas dosis de humor negro. Puede parecer una paradoja
-y de hecho lo es- pero eso forma parte del peculiar estilo que
Vilar impone a su obra.
El argumento es simple: El Virrey del imperio
Trinisanto decide conquistar Arialcanda, la ciudad más antigua
del mundo, una ciudad sin interés estratégico pero
que resulta un símbolo de la conquista del nuevo continente.
Para defenderla sólo hay un ejército de presos y ladrones
enviado especialmente para ser derrotado. Los periplos de ciertos
personajes de ambos bandos nos darán la idea de cómo
se vive una victoria y una derrota. Vilar no quiere caer en la tentación
de definir a las dos civilizaciones, una como "buena"
y la otra como "mala" e intenta en todo momento proporcionar
escalas de grises de las dos a través de diversos personajes,
algunos ciertamente estereotipados, que dan la visión que
en todas partes hay personas humanas y otras que no se merecen este
nombre. El autor realiza un esfuerzo loable para hacer saber que
la mayor parte de los hombres que combaten en los ejércitos
lo hacen sin quererlo y que sólo algunos capitanes y generales
son realmente adictos a la guerra. Es una crítica antibélica
aunque queda desvirtuada por ciertas situaciones eclécticas
de las que hablaremos más adelante.
Es esta una invasión que recuerda muchos hechos de nuestra
historia: La colonización caótica y salvaje de los
españoles por tierras americanas, las defensas encarnizadas
y matemáticamente imposibles como la de la batalla de las
Termópilas -el mismo autor lo admite a su metaprólogo-
o los alzamientos en torno a pequeños dirigentes desconocidos
que tienen como principal arma su don de palabra -el subcomandante
Marcos de nuestros días tiene aquí su homónimo-.
Una historia vieja como el tiempo que desgraciadamente
vemos cada día por los telediarios. Vilar pone el énfasis
en el papel de los civiles como víctimas de los conflictos
bélicos tanto los de un lado como los de otro. No es una
reflexión profunda ni es un tipo de argumento que no haya
sido tratado anteriormente, pero el estilo directo y el ritmo frenético
del autor ayudan a leer la obra que si no original si al menos resulta
estimulante.
Vilar va un poco más allá y describe
las situaciones con un peculiar aire anacrónico ya que menudean
expresiones y comparaciones propias de nuestra época y de
nuestro mundo y eso en una novela de fantasía medieval no
deja de ser sorprendente. Al principio cuesta asimilar pero poco
a poco dejas de darle importancia. Este hecho resta "seriedad"
a la obra pero también le da un aire fresco y vivo. ¡Pero
ojo! Esta herramienta, este recurso, es una espada de doble filo
que tanto puede realzar en un momento dado el texto como rebajar
la tensión y el nivel narrativo a la categoría de
broma o de ridículo.
Y aquí es cuando empiezo a hablar de
los defectos de la novela -no todo es para tirar cohetes, ya se
sabe-. Hablábamos de un ritmo vertiginoso. Cierto, pero éste
se ve a veces descompensado. Podemos encontrar capítulos
enteros dedicados a la descripción de escenas eróticas
que no tienen más importancia para la historia -he dicho
ya que el sexo aquí es tratado de forma generosa?- y en cambio
en otras ocasiones con cuatro pinceladas se nos resume lo que pasa
en todo un día. Encontramos también diversos flashbacks
de la vida de ciertos personajes principales insertados en mal momento,
fuera de lugar, que cortan la narración cuando ésta
estaba yendo suficientemente bien.
El tratamiento del humor negro no siempre se
combina con acierto y en diversos momentos tenemos la sensación
que aquel chiste "no tocaba". Vaya que el autor abusa
demasiado de este recurso. El argumento de la novela además
da la sensación que se estanca, que no evoluciona. De hecho,
la historia decae a medida que se avanza en la novela. Hacia el
final, volvemos a sentir que el autor nos quiere decir algo.
Y finalmente tenemos el añadido totalmente
innecesario del tema de los "navegantes". Vilar nos proporciona
una trama principal, que parte de una base crítica y la cual
nos sitúa en un mundo fantástico pero próximo
al nuestro pero también incorpora una subtrama especial -que
da nombre a la novela- que me atrevería a decir que es más
metafísica que otra cosa y que no sólo no encaja en
la historia, si no que la lastra y confunde al lector. El hecho
de que el autor se haya querido "encontrar" con algunos
personajes y que nos quiera dar explicaciones sobre los hilos del
destino que cuelgan sobre nuestras cabezas no enlaza en ningún
momento con el argumento. Por suerte no tiene demasiado pies ni
cabeza y el autor no abusa de ello, pero según mi modesta
opinión, todo el affair que tiene que ver con los
"navegantes" se podría suprimir sin ningún
problema: Tendríamos entonces una narración sin muchas
pretensiones pero que resulta verosímil, amena y en muchos
momentos adictiva. Un argumento que no es original pero que tiene
un estilo propio especial que lo hace diferente, una novela que
nos recuerda constantemente el mal que podemos hacer y recibir,
en definitiva una obra que no busca explicaciones de otro nivel
si no entretenernos mientras nos hace pensar un poco.
Los navegantes no es ninguna
obra maestra pero tiene la capacidad de sorprender gracias a una esmerada
prosa, llena de recursos curiosos que el autor utiliza en general
de buena manera. Me gustaría ver en acción esta prosa
en una obra donde el autor se centre un poco más en lo que
quiere explicar, porque a buen seguro estas facultades que apunta
se verán consolidadas.
Eloi Puig, 31/07/07
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