Si hay una cosa que me gusta especialmente de la ciencia-ficción es su capacidad de amoldarse a todo tipo de situaciones, de ser flexible para adaptarse a todos los entornos, desde las galaxias más remotas a los escenarios más próximos. Los mundos más lejanos e inaccesibles nos permiten soñar; los más próximos, realistas, nos dan herramientas con qué pensar y especular. L’Olor de la pluja pertenece a este segundo grupo de novelas. La historia que nos propone Jordi de Manuel está ambientada en un futuro tan próximo que corre el riesgo de convertirse en una ucronía en pocos años.
En el año 2017, buena parte de la cuenca mediterránea sufre una sequía extrema, una falta de lluvia que no se había dado nunca en la historia de la climatología registrada. I Catalunya no es ninguna excepción. Este hecho catastrofista empieza a provocar las primeras inmigraciones del interior del país hacia la capital donde el gobierno promete - de momento- agua desalada para los refugiados.
Dos fugitivos de la sequía -cómo les gusta nombrarlos el autor- llegan a una Barcelona diferente de la actual con la esperanza de empezar una nueva vida cerca del agua potable. Por otra parte, un asesinato misterioso pone en el contexto a Marc Sergiot, un inspector apartado desde hace tiempo de los casos importantes que se empeña en averiguar qué ha pasado. Y finalmente también nos encontramos con Arnau Salord, científico medioambiental que tiene una teoría revolucionaria sobre la causa raíz de la sequía.
Como se puede prever, De Manuel utiliza las diversas líneas argumentales para presentarnos la novela. Unas historias de diferentes personajes que se cruzan con frecuencia, como si fueran ondas para tejer una historia con diversas lecturas: La científica, el drama social y la novela negra. Se intuye una estructura muy meditada. En todo caso, sin embargo, hay que avisar que los mencionados cruces, a menudo nos narran cuestiones que todavía no han pasado y que más tarde cuando ocurren pierden así su sorpresa.
El autor, hábilmente, inserta las biografías de los personajes de forma gradual y meditada, de manera que vamos conociendo sus vivencias y motivaciones a medida que nos adentramos más en la lectura. El caso, sin embargo, es que los personajes están un poco descompensados. El que aporta más carisma y profundidad es el inspector Marc Sergiot - quizás ayuda al hecho a que ya haya aparecido en otras novelas del autor-. El resto no proporcionan suficiente empatía con el lector para que sean recordados como debería ser. Incluso tenemos algún ejemplo de personaje que asume un rol que resulta poco creíble y forzado.
Pero volviendo al tema. No olvidemos que nos
encontramos ante una novela de ciencia-ficción, aunque esta
podrá ser disfrutada por cualquier lector. Dejando de lado
la especulación catastrofista, observamos que esta Barcelona
futura ha evolucionado ligeramente en infraestructuras pero en cambio
parece haber involucionado con respecto a servicios sociales o al
menos en ciertas libertades individuales. Por ejemplo, el progreso
en el campo de la genética permite que que la población
tenga un DNI genético que informa de las enfermedades que
sufren y de las que probablemente sufrirá en el futuro -
este nivel de tecnología me recuerda la magnífica película Gattaca donde también fue utilizada-. El hecho
de poseer este tipo de identificación sin embargo, también
lleva a que por ejemplo los seropositivos sean tatuados para diferenciarlos
de la población que no es portadora del virus.
En definitiva pues, nos topamos con una sociedad parecida pero también con toques que la diferencian del actual, cosa lógica si pensamos que el curso de la acción se desarrolla dentro de solo 10 años. Eso es importante, pues la cuestión de la sequía es un problema también de nuestro presente, de manera que no hace falta que lo veamos como una propuesta muy lejana o alocada. Aquí está donde el autor, según mi criterio, tendría que haberse mojado más. La novela tiene una rama argumental centrada con los problemas sociales derivados de la falta de agua, pero esta rama -la historia de Sara y su padre- queda bastante desvinculada de la trama principal. Parece que el autor lo haya añadido para dar un punto de vista social i dramático al problema, cuando creo que éste hubiera podido ser uno de los temas prioritarios. Estos problemas sociológicos derivados de la sequía son uno de los puntos menos conseguidos ya que no queda clara la postura del gobierno de la república -en el 2017 la monarquía ha sido sustituida por una república-, ni como actúa o se compenetra con otros territorios o estados que también lo tienen.
Como decía, la investigación del crimen no deja sitio a la especulación social. El atractivo de la catástrofe queda eclipsada por un thriller policíaco muy bien llevado aunque los últimos capítulos quizás tengan un deje de precipitación cuando la serenidad había reinado en todo el resto. Uno hecho más que le quiero reconocer a Jordi de Manuel es la valentía de no diseñar un final happy end si no de arriesgarse en uno que ha creído más conveniente atendiendo a la realidad de la novela. La vida está llena de historias que no acaban del todo bien y es esperanzador que haya novelas que reflejen este hecho.
Sin embargo, el autor nos da suficientes motivos para creer que hay muchos males de este mundo que podemos curar con un poco de esfuerzo y de valentía. En este sentido la novela es bastante aleccionadora. Nos encontramos ante una catástrofe inicial; todavía se puede poner remedio.
Una novela pues, que evidencia el buen nivel de la prosa de Jordi de Manuel -prácticamente impecable- en una trama precisa y bien atada pero no del todo explotada.
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