Si uno utiliza herramientas informáticas de búsqueda geográfica, por ejemplo el googlemaps, no le costará más de unos segundos localizar la ciudad de Sitka en Alaska. Una vez la hayamos ubicado, en la Isla de Baranof - un nombre que proviene de antes de que Alaska fuera malvendida por los rusos a los EE.UU.- podremos ver que es una zona arisca, presumiblemente fría y en definitiva poco apta para vivir.
Realicemos ahora un esfuerzo de imaginación: Alaska, en una actualidad alternativa. En las costas del mayor estado de los EE.UU. hay un pequeño distrito, un enclave, un territorio gobernado por judíos instalados aquí después de la diáspora, del éxodo hacia Tierra Santa una vez finalizada la II Guerra Mundial... y que a diferencia de la historia conocida donde Israel se fundó años más tarde y Palestina fue literalmente borrada del mapa, en esta ucronia los planes internacionales para que los judíos se instalaran a su tierra prometida han fracasado. Su única oportunidad de prosperar como pueblo unido es en el distrito de Sitka, en Alaska, un territorio, como decíamos, judío pero sólo cedido por 60 años, una vez transcurrido este periodo el distrito volverá a manos americanas. Tenemos que hacer un cambio de chip para ubicarnos mentalmente en la piel de unos judíos desplazados prácticamente al fin del mundo pero que al igual que en nuestra realidad saben enfrentarse al entorno hostil de la naturaleza -sólo hay que sustituir el desierto jordano por las frías tierras de la isla Baranof- pero que también tienen los mismos problemas de convivencia con la población autóctona - en este caso los indios tlingit-. Y es que está visto que en cualquier mundo donde se quiera trasladar la comunidad judía, siempre se olvidan de los que ya viven allí.
La situación de partida que nos ofrece el autor Michael Chabon es ésta y del esfuerzo de imaginación inicial tenemos que pasar al próximo paso: La especulación. Estamos en Sitka, Alaska, y los 60 años casi han transcurrido. Los judíos se quedarán pronto sin hogar y el distrito de Sitka será devuelto a los EE.UU. pero aunque parezca mentira, este hecho no es trascendental para el detective Landsman y puede dejarlo momentáneamente de lado desde el momento en que encuentra un yonqui muerto en su propio hotel donde reside. Un yonqui que puede ser la clave ara el futuro de los judíos de Alaska en el mismo momento en que se descubre su identidad y lo que se esperaba de él.
El sindicato de policías yiddish es bastante más que esta premisa política, es una suma de muchos factores que la convuerten en algo especial - hasta al punto de haber ganado ni más ni menos que el Premio Hugo, el Nébula y el Sidewise que se especializa en realidades alternativas. Es una novela de personajes, de retratos y de ambientación. Todos estos elementos están unidos a través de una trama compleja, bien definida, que baila ahora sí ahora no con pretendientes tan afines y opuestos al mismo tiempo cómo son la política y la religión.
Chabon no facilita la lectura del libro, el autor expone hechos, trabaja los diálogos y ambienta situaciones pero deja trabajo que hacer al lector. La prosa huye de las situaciones heroicas, de las escenas impactantes... el autor mide las palabras para recrear una buena ambientación, un poco de suspense, un uso muy racional de flashbacks, en definitiva una visión diferente de lo que uno esperaría a priori de una novela donde la investigación policial es el motor de ésta pero donde curiosamente no importa quién es el asesino, si no la trama que se descubre a raíz del asesinato.
La novela destila pesimismo por los cuatro costados: Desde el mismo clima apagado del otoño de Alaska, sus cielos tristes, las noches que se recortan etc... pasando por la indefinición de la situación política actual, los guetos mafiosos de judíos ultraortodoxos o las vidas privadas de los protagonistas. Nada invita al optimismo.
Los personajes son muy humanos, quizás influenciados por los cielos grises de la tierra donde viven; están lejos de ser personas con una personalidad oscura o luminosa, los matices de gris se encargan de no hacerlos perfectos, para nada increíbles, alejados de estereotipos. Sí, cierto es que al principio Chabon nos presenta al protagonista Landsman como un personaje arquetípico de las novelas policíacas; el típico antihéroe borracho, con exmujer y pleno de vicios que va de capa caída pero esta vertiente sólo es un rasgo de partida; el talante de Landsman es probablemente uno de los puntos fuertes de la novela. Lo acompañan su primo Berko, un indio convertido al judaísmo y su ex mujer, Bina, que ha tomado las riendas del mando de la policía de Sitka hasta que se realice el traspaso de poderes. Todos juntos formarán un trío desigual, movidos por sus propias ambiciones y utopías pero extrañamente fieles los unos con los otros. Todos juntos mirarán de sacar el quid de la cuestión de la muerte del yonqui y de su repercusión entre al comunidad judía de Sitka.
Chabon imprime en la novela un estilo muy particular... ni que sea por el simple hecho que nada más empezar con el libro nosotros tropezamos con un asesinato pero que hasta al cabo de un centenar de páginas no sabemos quien es el muerto. El autor se entretiene en describirnos lo que sería el día a día de los personajes y la situación actual del asentamiento judío, modera la marcha para ofrecernos el estilo de vida de Sitka, las motivaciones, miedos y ambiciones de su población y por lo tanto la acción tarda en suceder, se enrarece el ritmo de la novela y sus pretensiones iniciales pero por contra se gana mucho terreno en la profundidad de los personajes, en sus talantes, al entender cómo son y el porqué son así.
La novela se adentra pues de lleno dentro de las costumbres de ciertas sectas judías, de las ramas más ortodoxas de esta religión, del fanatismo disimulado e hipócrita en muchos casos - la tarea del personaje Itzik Zimbalist lo evidencia. Y todo eso mediante una simple investigación criminal que a mí particularmente me ha provocado algunos dejà vu de obras tan diferentes como El Padrino de Coppola o El Vídeo Jesús d'Andreas Eichbach.
Recomendada para degustar poco a poco, como se suele decir, sin prisa pero sin pausa; no tenemos que dejar que el ritmo tranquilo del comienzo nos condicione pero tenemos que tener claro que aquí no encontraremos ningún Tom Clancy ni ningún Frederick Forsith. No es una novela que base sus ideas en el espionaje y en los misterios indescifrables. Encontraremos una buena novela de personajes, una historia alternativa y por lo tanto de ciencia-ficción que quedará lejos de los principales best-sellers, tanto por su innegable calidad como por que probablemente no gustará a todo su público potencial.
Eloi Puig, 10/11/08
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