Es casi inevitable que la portada de Leonard Beard que ha utilizado Quaderns Crema para ilustrar la novela de Margaret Atwood, con una figura femenina vestida de un color rojo intenso y protegida del exterior por el blanco puro de una cofia, nos llame la atención, y mucho. Seguro que muchos de los lectores que ahora están a punto de comenzar la lectura de El cuento de la serventa (El cuento de la criada en castellano), se han puesto manos a la obra a raíz del éxito homónimo de la cadena HBO que hace unos meses aterrizó en nuestro país. Y el rojo y el blanco marcan mucho en esta serie... y en el libro.
Pero yo soy de esa gente extraña que ha preferido leerse el libro antes que ver la serie, tal vez se me puede acusar de puritano o incluso de exagerado pero si bien agradezco profundamente a las editoriales que hayan visto la luz (y también oportunidad de negocio, naturalmente) publicando buenos libros décadas después de que éstos salieran a la calle, todavía tengo que ver una serie que supere con creces a la novela original. Y en catalán, este hecho ha llegado a límites bastante grotescos. Si bien, El cuento de la serventa ha tardado más de treinta años en traducirse, casos similares se llevaron a cabo con El Joc de l'Ender (otro clásico indiscutible) o ya mucho más recientemente con Ready Player One. Y la experiencia me dice que la novela siempre es mejor. No sé si este será el caso, ya os lo diré.
Pero centrémonos un poco. Margaret Atwood escribió esta novela en 1984, en una época - que según sus propias palabras- se podría definir tensa y un tanto depresiva y más si estás viviendo en Berlín Occidental en las postrimerías de la Guerra Fría mientras esbozas el argumento. Atwood nos plantea un futuro decadente, distópico, en una imaginada nueva república muy arraigada a lo que hoy día es el estado de Massachusetts, en EE.UU., donde la sociedad ha experimentado una deriva autoritaria que favorece un retroceso de las libertades tuteladas por una élite fervorosamente seguidora del extremismo cristiano. Vamos, que en épocas mal dadas todos interpretan su libro sagrado de cabecera como mejor les conviene. Las causas de todo: La disminución de la fertilidad de las mujeres y por tanto de la procreación. Las consecuencias: una de las distopías más salvajes psicológicamente hablando que se han escrito, una sociedad que nos describe como las mujeres fértiles son tratadas como poco más que ganado para que los poderosos puedan procrear. El cuerpo de la mujer pasa a pertenecer literalmente a la sociedad y su uso otorgado a pequeñas familias casi feudales que lo controlan.
Todo esto sucede en la República de Galaad, esta futura tierra prometida, libre de pecado y de libertinaje, exenta de rendir cuentas a un Dios a quien se le implora todo lo que la humanidad no es capaz de entender y donde las mujeres pagan las injusticias: las fértiles visten de rojo y son tratadas como reproductoras, las tías son acólitas vestidas de color marrón, adeptas, controladoras y grandes seguidoras de esta nueva religión, las Martas visten de verde y se encargan de las tareas domésticas... y las esposas son precisamente eso, mujeres que visten de azul, casadas y respetadas pero la mayoría han quedado fuera de lugar en cuanto a tener hijos y que tienen que vivir con la vergüenza que sus maridos intenten procrear con las sirvientas.
La autora nos relata una historia dura y fría donde Offred, una chica que supera la treintena es separada de su familia para servir a un señor, para otorgarle un heredero, por lo que cada cierto tiempo debe sufrir vejaciones y violaciones por parte de su dueño mientras está encajada en los muslos de la esposa, como para otorgar un vínculo y una excusa válida al adulterio. La novela está escrita en primera persona por Offred (de la que no sabemos nunca el nombre auténtico) y nos narra sus peripecias como sirvienta pero también nos cuenta de forma simultánea como se ha llegado hasta este punto, como cambió la sociedad para aceptar esta barbaridad. Y lo hace a través de flashbacks constantes, que nos permiten vislumbrar la vida normal que tenía hasta hace pocos años y cómo ha cambiado de forma radical a una sociedad que intenta apartarse de la tecnología y donde la vida hace una involución hacia una tipo de Edad Media moderna. Es como si hiciéramos una fotografía de mediados de los años setenta a las mujeres de un país como Irán antes y después de la revolución islámica en contra del Sha. Pero esta vez en EEUU, en una sociedad que fija su punto de mira en la superstición bíblica porque no sabe cómo enfrentarse a un problema como la falta de fertilidad.
Como decía, esta narración en primera persona es eficaz y nos traslada de una parte a otra de este muro invisible que es el momento en que la república de Galaad aparece y cambian las cosas en la ciudad de Boston y de rebote a toda su área de influencia. Y lo cierto es que Atwood es una muy buen narradora de modo que la lectura es placentera aunque carente de grandes momentos emotivos y con un ritmo constante que no acaba de despegar, como si los interminables días donde Offred debe realizar siempre las mismas tareas y seguir las nuevas normas impuestas (comprar, no cruzar la mirada con nadie, no leer, dejar de hablar si no es estrictamente necesario, asistir a los partos de sus congéneres etc) fueran una constante que hay que trasladar también al lector. En este punto me ha venido a la mente otra novela distópica: Nunca me abandones de Kazuo Ishiguro, otra obra con grandes ideas iniciales pero que se ralentiza paulatinamente y el ritmo se resiente. He tenido sensaciones similares en algunos capítulos de la presente obra
En El cuento de la criada, las premisas iniciales de Atwood se desarrollan muy poco a poco a medida que pasamos las páginas. Más bien la autora dirige el esfuerzo a comparar cómo eran las cosas antes y como son ahora, pero no parece que la lectura nos lleve a ninguna parte excepto al mismo hecho de criticar esta sociedad absolutista que margina el sexo femenino. Y de hecho, el final es demasiado ambiguo para mi gusto, por no hablar del último capítulo que parece creado expresamente para explicar hechos que la autora no ha sabido (o no quiso) integrar en el texto principal. Creo que Atwood no sabía muy bien cómo finalizar la novela, puede que no se atrevía a diseñar un final seco y demoledor como el de 1984, o quizás tampoco quería enderezarlo para ofrecernos un happy end prediseñado y torpe. Así que ha preferido buscar una solución intermedia que más o menos satisface a muchos. No tanto a mí.
Sea como sea, El cuento de la criada es una notable obra a tener en cuenta, traducida, me atrevería a decir que con mucha maestría por parte de Xavier Pàmies y que lo único que se le puede reprochar es que no haya aparecido en catalán mucho antes. Pero bien, si la nueva revolución mediática en forma de excelentes series nos trae novelas como ésta, bienvenida sea. Y teniendo en cuenta que la ciencia ficción y la fantasía son uno de los puntos focales de las series actuales, quizás los lectores nos podamos aprovechar, y mucho.
Eloi Puig,
27/07/2018
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