La capacidad de Becky Chambers para acercarnos a cualquier temática de ciencia ficción desde una visión constructiva y optimista no tiene freno y permite, a menudo, soñar en mundos mejores o aún más: con personajes más humanos que han dejado atrás el egoísmo y luchan por mejorar, por superarse, por buscar el bien común... por aprender, y aprender y aprender.
El hopepunk es la punta de lanza de las obras de Chambers. En catalán ya lo pudimos comprobar con aquellas entrañables novelas de Mongi y robot que Mai Més Llibres también nos trajo hace poco. Ahora, Chambers se embarca en una aventura que podríamos definir más cercana, o al menos con un argumento más asumible para nosotros: la investigación, por parte de unos científicos, de mundos alternativos donde la vida para la especie humana pueda convertirse en más o menos factible.
El programa Lawki es una aventura que lanza al espacio varias naves tripuladas con científicos de todo tipo para el estudio de mundos habitables. Es un proyecto básicamente financiado de forma privada, sin que los gobiernos interfieran. Nuestros protagonistas son los tripulantes de la Merian, una nave que es enviada a explorar y aprender de los ecosistemas de cuatro planetas que previamente los telescopios terrestres han vislumbrado y han determinado que son candidatos a poseer vida.
Ariadne O’Neill es la piloto de la Merian y nos narra sus impresiones más íntimas desde una perspectiva en primera persona. Le acompañan otros tres tripulantes: Otra mujer y dos hombres. Todos ellos especializados en distintos campos científicos, todos ellos dispuestos a renunciar de forma voluntaria a la familia y a los amigos porque la expedición para llegar al primer planeta dura catorce años, y más el tiempo de estudio y la exploración de los otros mundos, más la vuelta a la Tierra hace que sea inevitable romper lazos afectivos con los que amas.
Este proyecto les llevará inevitablemente muy lejos de casa. Y cada vez que desde la Tierra envían una transmisión tarda unos catorce años en llegar a los astronautas (y otros catorce años para devolver la respuesta). Y claro, en la vieja Tierra las cosas cambian al ritmo habitual: nuevos descubrimientos científicos, nuevas políticas, nuevas guerras. En pocos años, aparecen y desaparecen países, o los desastres naturales eliminan a una nación, o la ciencia es capaz de erradicar una plaga... pero allí, en la Tierra, la inmediatez es la constante mientras que en la Merian, nuestros tripulantes siguen aprendiendo a su ritmo, abocados con pasión a su misión.
Sin embargo, Chambers rompe con el estereotipo que los astronautas viajan en busca de un mundo para establecer una futura base o una colonia terrestre. No, el objetivo de la expedición pasa por la observación y por aprender lo máximo posible de todo lo que se encuentre.
«Soy una observadora, no una conquistadora. No tengo ningún interés en cambiar otros mundos para que se adapten a mí. Prefiero un toque más delicado: Cambiarme a mí para adaptarme.»
Este punto es muy importante y ya nos da pistas del talante de este relato: La somaformación es la capacidad de adaptar el cuerpo humano a ámbitos extraterrestres. Cambiar el cuerpo, no el medio. Por tanto, un intento de observar, investigar, experimentar y compilar información... sin deformar el medio nativo, sin tergiversar sus reglas naturales. Y eso, que puede parecer ridículamente paternalista o incluso utópico, ese hecho que parece que corte las alas de la narración y pueda provocar que la historia se resienta... Chambers le envuelve con ese delicioso estilo suyo, le da forma y nos lo presenta como una historia hopepunk perfecta y sin fisuras. Es como leer un pequeño tratado de biología y astronomía con las palabras amables de la autora californiana al oído. Coherente y pasional para perseguir el objetivo de aprender más y más.
«Cada descubrimiento que hacíamos, cada hora pasada bajo las sábanas de alguien, cada conversación y cada colaboración y cada nuevo paisaje contemplado me hacían desear más y más y más. Estábamos vivos en ese mundo. Éramos reyes sin enemigos, niños apartados del tiempo.»
Un canto a la ciencia y a la curiosidad humana. Al deseo de comprender mejor las maravillas que ofrece el universo, de mejorar los conocimientos, de ir más allá siempre, pero bajo parámetros éticos y alentadores, marcando un camino que no signifique destruir todo lo que descubramos.
Los últimos párrafos tienen integrados en sus líneas un deseo inmenso de avanzar en la comprensión de este universo infinito y ciertamente te emocionan porque sientes algo parecido a que la naturaleza humana puede convertirse también en una parte del universo sin tener que ser destructiva.
Aprendre, si tenim sort, es una novela breve y esperanzadora pero por encima de todo es una mirada optimista a una humanidad que está representada por cuatro tripulantes que viven y estudian, encerrados en una pequeña nave o en remotos paisajes planetarios, solos entre las estrellas, viviendo para ayudar a comprender mejor todo lo que están viendo. Aprendiendo.
Eloi Puig
23/02/2025
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