La publicación del ciclo de Terramar continúa avanzando bajo el empuje y la ilusión que una editorial como Raig Verd le está otorgando. El hecho de publicar toda la serie de forma escalonada en tan poco tiempo de diferencia evidencia el amor que los editores tienen por Úrsula K. Le Guin y su legado.
La costa más lejana fue en su momento la clausura de las aventuras de Ged por las aguas de Terramar. Una novela que pretendía cerrar una etapa en la vida del mago. Sin embargo, Le Guin retornó al ciclo dos décadas después, pero tenemos que poner esta novela en su contexto y este es el de finalizar una historia, una manera de entender la filosofía de un mundo y de una magia más pensada como medio para lograr una armonización con la naturaleza que como una aplicación para la confrontación.
A diferencia de las novelas predecesoras, en esta, de buen principio nos encontramos con un conflicto, un problema que es el disparo inicial para desarrollar la trama: la magia está desapareciendo de Terramar y esto afecta a una sociedad acostumbrada a utilizarla para las tareas cotidianas (como por ejemplo la navegación). Hechiceros pero también artesanos notan como algo en su interior está mermando e incluso desapareciendo.
(...) "Perdí todo lo que sabía, todas las palabras y todos los nombres. Me salieron en hilillos por los ojos y por la boca, como las telarañas. Hay un agujero en el mundo, y la luz se escuela. Y las palabras se van con la luz. ¿Lo sabíais? Mi hijo se pasa el día sentado escudriñando la oscuridad, buscando el agujero del mundo. Dice que vería mejor si fuera ciego. Tenía buena mano como tintorero, pero lo ha perdido "(...)
En Roke, la escuela o academia mágica donde estudian los alumnos, llega Arren, un joven príncipe que asume el papel de mensajero para avisar de este hecho. Las noticias se van acumulando alrededor de este extraño evento y Ged decide partir, una vez más, para averiguar el motivo del porqué la magia está dejando de actuar y las consecuencias reales de todo ello. Le acompañará el mismo joven Arren en una aventura que les llevará a conocer diversas islas y pueblos.
Le Guin retorna un poco a los inicios de la serie para tratar de terminarla de igual manera. Vuelve a centrarse en un Ged, ahora ya maduro y muy experimentado, Archimago de hecho, pero que vuelve a buscar por medio mundo una respuesta a una pregunta. Quizás el hecho de compartir el escenario con un joven devoto denota que esta vez la experiencia no es tan introvertida pero tampoco se aleja demasiado de los pensamientos íntimos y de la serenidad que palpábamos en Un Mago de Terramar. Si bien en aquella primera aventura la búsqueda del equilibrio o armonía era plenamente interior, esta vez el hito es encontrarla para salvar al mundo entero.
Pero no sólo estamos ante una historia que pretende restablecer este equilibrio, este yin y yang de todas las cosas; sino que también se enzarza hacia un camino más místico en torno a la vida y la muerte. De hecho, buena parte de la novela posee un espíritu de aventura crepuscular.
Parece, como comentaba, que la autora pretendía cerrar un ciclo que comenzó con la adolescencia de Ged, para más tarde acercarnos a una aventura suya en plena madurez (Las tumbas de Atuán) y ahora se quiera centrar en narrarnos su visión altamente experimentada de la vida y de cómo se acerca poco a poco al final. Encontraremos aquí a una Le Guin más filosófica que nunca, implantando un ritmo suave y calmoso, pero con un dominio extremo del lenguaje, que continuará ofreciendo lo mejor de la literatura fantástica pero quizás he notado cierto desequilibrio en la trama. Poco después de la descripción del conflicto, los viajes de los dos compañeros se mueven por islas buscando respuestas pero donde sólo encuentran peripecias poco estimulantes. Hay que pensar que la meta que los protagonistas anhelan no es fácil y ni se encuentra a la vista de cualquiera. Hay que buscar la respuesta en un lugar al que no quieres adentrarte, pero que es la única manera de encontrar la luz, la solución. Esta máxima lo expone perfectamente:
"Para ver la luz de una vela, hay que llevarla a un lugar oscuro"
Es sólo después de la primera mitad del libro que las intenciones de Le Guin parecen seguir una dirección más diáfana cuando dejan atrás ciertas partes de la trama un tanto anodinas. Nuestros aventureros se toparán con las respuestas de manera repentina y sin que haya habido un proceso previo de discernimiento o investigación.
Hay que decir también que la autora ofrece una solución digna a todo ello, pero con un viejo enemigo que no conocíamos, del que no sabíamos nada —y que encuentro poco coherente—. Se menciona en algún momento de la novela pero Le Guin deja su historia como uno de los muchos episodios donde Ged participó en el pasado. Esto conlleva que el enfrentamiento final no alcance un interés especial en cuanto al personaje. Sí en cambio que nos atrae por como la autora resuelve el conflicto en un par de capítulos muy notables que exponen esta filosofía sobre el culto a la inmortalidad y la riqueza de la vida y con un mensaje implícito de que una cosa sin la otra no es una dirección válida a seguir:
(...) "Este tormento insufrible y esta peste que asolan las tierras, esta llaga que queremos curar. Son dos, Arren, dos cosas que hacen una: El mundo y la sombra, la luz y la oscuridad. Los dos polos de la armonía. La vida surge de la muerte, la muerte surge de la vida; por ser opuestos, se atraen el uno al otro, se dan la luz el uno al otro y se reconocen para siempre. Y con ellos, todo renace, la flor del manzano, la claridad de las estrellas. En la vida hay la muerte. En la muerte hay renacimiento. ¿Qué es, pues, la vida sin la muerte? La vida inmutable, perpetua, eterna. ¿Qué es sino la muerte... la muerte sin renacimiento? "(...)
Todo ello sin olvidar que la novela tiene dos protagonistas y que la relación entre ellos es otra visión que quiere resaltar la autora. Quizás Ged es una persona muy experimentada pero Arren es un joven que combina la devoción por su maestro, con los sentimientos propios de una adolescencia que le establecen un conflicto interno sobre la lealtad, los celos o la desconfianza. Esta relación, mucho más estrecha hacia el final del libro (y que me ha recordado ciertos pasajes de Frodo y Sam en la sombra del Monte del destino), esta amistad pues, es un reflejo también de este cambio de ciclo que aparentaba tener listo Le Guin, con un Ged parece cerrar su historia para abrir otras.
Blanca Busquets sigue siendo una traductora increíble que nos hace flotar amablemente por sobre la prosa de Le Guin, descubriéndonos, además, palabras que ni sabíamos que existían. El próximo volumen será Tehanu, el reencuentro de la autora californiana con su mundo fantástico por excelencia, veinte años después.
Eloi Puig
19/02/2021
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