Tenía muchas ganas.
Sí, tenía mucho interés de hacer una reseña de una novela como Un mago de Terramar porque siempre ha sido una pequeña astilla clavada que no me he acabado de sacar. Y os explicaré el por qué: Leí Un mago de Terramar hace unos veinte años y sabía que era una obra aclamada por crítica y lectores, una obra insigne de la fantasía de la época y me hice unas expectativas muy grandes. En ese momento escribí una breve reseña sobre las sensaciones que me dejó la novela y ahora, como comentaba, tengo muchas ganas de comparar las notas que tomé con la realidad de conocer mucho mejor a la autora y también saber a que me enfrentaba cuando he volver a leer la novela, esta vez con la traducción de Blanca Busquets y con otra edición de Rayo Verde que nos sigue sorprendiendo cuando ya no pensábamos que fuera posible.
Este ejercicio, no esconderé que un poco nostálgico, también me apetece: Comprobar como mis gustos han podido cambiar —o no— en varias etapas de la vida. Ya lo comentaba hace un año cuando reseñé Los desposeídos que me descubría a mí mismo una temática que estoy seguro, veinte años atrás no me hubiera apasionado tanto. En fin, comparar, aprender, crecer como lector... son conceptos que estoy poniendo sobre la mesa y que probablemente no os importen demasiado. Pero a mí sí, y de hecho, siempre he dicho que las reseñas que hago, en buena medida, son para mí mismo. Y el hecho de poder contemplar esta evolución entre cómo me sentía después de haber leído una obra hace tantos años, y como me siento ahora... para mí es un pequeño placer.
Para no aburriros demasiado, atacamos la novela en sí. A Úrsula K. Le Guin le encargaron escribir una novela juvenil de fantasía —ella cultivaba sobre todo la ciencia ficción adulta— y elaboró esta obra, Un mago de Terramar. El hecho de que sea o no juvenil es otra batalla que vale más mejor aparcar por ahora, pero si queréis saber mi modesta opinión: Para mí, esta lectura no está enfocada a un público juvenil. Sí, el protagonista es joven e inexperto pero no actúa como tal; estamos de acuerdo en que el joven mago realiza un camino iniciático, de aprendizaje ante la vida pero el talante de la obra se aleja de las aventuras y las emociones fuertes para conducirle hacia una búsqueda interior, hacia una doctrina propia y en definitiva hacia todo aquello que se aleja de la épica y el entusiasmo juvenil. Le Guin escribió fantasía quizás para un público juvenil, pero creo que su subconsciente la dirigió a una novela que sólo en apariencia es juvenil. En su cabeza, tan atenta siempre a la ciencia ficción, tal vez las palabras le salían para explicar de forma más filosófica y menos conforme con los tiempos un libro como Un mago de Terramar.
Ged es un chico que vive en una aldea aislada, en las montañas de una de las incontables islas que pueblan el mundo de Terramar: un continente fragmentado en archipiélagos, islas y con multitud de gobiernos locales que salvo en contadas ocasiones, parece que se llevan bien entre ellos. A Ged le descubrirán poderes innatos para aprender magia y pronto será aleccionado por un maestro y más tarde acudirá a una escuela de magos. Podremos comprobar cómo su aprendizaje será consecuente con la edad que tiene pero que enseguida las decisiones y las direcciones que tomará le llevarán a actuar como una persona muy adulta.
Ged, en un momento dado despertará una sombra, un ser enigmático que le persigue, que parece formar parte de él mismo y que no le deja vivir en paz. (las traducciones son mías, lo siento)
(...) "Aquella cosa era incorpórea, ciega bajo el sol, una criatura venida de un reino sin luz, sin lugar ni tiempo. Tenía que buscarlo a tientas a través de los días y de los mares del mundo bajo el sol, y sólo podía cobrar forma visible en sueños y en la oscuridad. " (...)
Le Guin nos aproxima a la historia de Ged y su sombra bajo una perspectiva diferente y utilizando el poder de los nombres verdaderos como puntal para la magia que rodea el mundo de Terramar. Decir el nombre secreto, auténtico de las cosas o de los seres fortalece el vínculo con el mago. Es un tipo de magia oculta, profunda, que no se basa en los elementos. Una magia muy interior, reflexiva. Un poder que se utiliza más para ayudar, como defensa y no como otra manera de luchar. Parece más una forma de ser, de envolver el entorno y conocerlo, pero sobre todo de profundizar en el conocimiento del medio que te rodea y te protege. Una magia que necesita un aprendizaje continuo de este entorno pero también de ti mismo. Una disciplina que permite cometer errores porque estos también te ayudan a ser mejor cada vez. En definitiva, una magia que se basa en el equilibrio: Si pides mucho, pagas un precio muy alto. Y me gusta que la autora aplique ciertas reglas a esta magia:
(...) ¿No has razonado nunca que, del mismo modo que hay oscuridad en torno a la luz, hay peligro alrededor del poder? La brujería no es un juego al que nos dedicamos por placer o por las alabanzas. Piensa en esto: en nuestro Arte, cada palabra que pronunciamos, cada acto que cumplimos es para el bien o para el mal. ¡Antes de hablar o de hacer nada debes conocer el precio que tienes que pagar! " (...)
Fijáos que hay mucha filosofía oriental este tipo de magia. Y que no busca un enfrentamiento, como decíamos, épico, grandioso o incluso heroico; sino que se contiene, se esconde. Aquí está uno de los puntos más originales de la narración porque Le Guin describe una magia y un mundo fantástico que se contrapone completamente a los cánones de lo que se escribía en fantasía a finales de la década de los sesenta donde se empezaba a despertar la espada y la brujería: Fijémonos, son los años donde el gran Fritz Leiber nos narraba las aventuras de los bribones de Fafrhd y el ratonero gris, y donde Robert E. Howard escribió Gusanos de la Tierra y buena parte de las novelas de Conan o donde Moorcock estaba a punto de crear a Elric de Melniboné. Eran tiempos donde la fantasía se inclinaba por la guerra, la destrucción, la testosterona, los personajes carismáticos pero con un punto de maldad... y por si lo preguntáis, también las mujeres escritoras como Anne McCaffrey nos aportaban grandes dosis de acción y aventura con novelas como La saga de los jinetes de Pern, por ejemplo. En cambio la ciencia ficción estaba atenta a historias más ambiguas, muy trabajadas en el campo de los sentimientos interiores. Una época donde la misma Le Guin nos cautivaba con La mano izquierda de la oscuridad o el no menos grande Robert Silverberg escribía siete u ocho novelas que pasarían a la historia... pero más por esta lucha interior, por una sensibilidad acusada más que no por la épica espacial. Así que sí, Le Guin clavó una colleja a las espadas sanguinarias, a las borracheras tabernarias y a las orgías con señoras que marcan pezones y escribió una novela radicalmente opuesta a las corrientes literarias fantásticas del momento.
Vuelvo a mis pensamientos tanto de ahora como hace veinte años: Lo cierto es que las expectativas siempre son malas pues uno espera encontrarse un tipo de texto y te puedes descubrir que los tiros van para otro lado. En ese momento yo no había leído nada de Úrsula K. Le Guin, no conocía su estilo, ni sus intenciones y claro, me llevé una pequeña sorpresa: ¡En su novela casi no pasaba nada! Quiero decir, que las aventuras, las batallas, los momentos de tensión... eran escasos y todo se solucionaba de manera más o menos tranquila y relajada.
Porque la prosa de Le Guin es excelente, esto nunca lo he negado, pero hay que conocer su estilo para apreciarla debidamente. A la autora le cuesta ir al grano. Se pierde en descripciones deliciosas sobre el paisaje, el mar y el ánimo de Ged. Su lectura es muy y muy placentera pero también puede hacer perder la paciencia de quien busca emociones fuertes e intensas. La misma autora en el epílogo resalta este hecho. No busca batallas o épica, sino un equilibrio en una historia que quiere ser más reflexiva que heroica, y yo, qué queréis que os diga, soy hijo de la fantasía de Tolkien y crecí leyendo novelas de Dragonlance. Así, que el contraste me dejó atónito. Mirad, Estas fueron mis impresiones hace unos veinte años cuando lo leí por primera vez. Os traduzco mi reseña de entonces:
"Me ha decepcionado. Pero no porque sea una mala novela si no más bien porque había oído hablar bastante de ella y me esperaba más. Ya pasa. "Un Mago de Terramar" como he dicho no es una novela cualquiera, más bien tiene una personalidad propia. La autora nos describe las primeras aventuras de un aprendiz de mago por el archipiélago de Terramar con un estilo propio muy interesante.... bien, la palabra correcta sería... melódico, cuidadoso, estilizado, quizás melancólico... en fin, una buena prosa.
Es fantasía pura y dura: Mapa de un país imaginario, tratamiento muy importante (y original) de la magia y algo de filosofía sobre uno mismo y sobre lo que le rodea. Ingredientes más que interesantes para una buena novela. Pero a la historia le falta algo... quizá acción, tal vez un argumento más trabajado... aunque tiene dos continuaciones y quizás todavía no debería opinar sobre la totalidad de la trilogía. Es un libro para degustarlo y leerlo tranquillamente, pues la historia en sí no tiene nada de especial, pero la manera en que está escrita te deja un buen sabor de boca.”
Ya veis que menciono claramente que la novela es sorprendente pero que yo no estaba buscando este tipo de narración. Yo quería una gran aventura fantástica donde el mago atacara dragones, hiciera naufragar a barcos; quería monstruos, hechiceros malignos, ¡Heroicidades! En cambio me proporcionaban conceptos como una lucha contra una sombra, contra un parte de ti mismo, que era un hecho que no había visto nunca antes. Que no sabía cómo encajarlo, especialmente hace tantos años, sobre todo porque se trata de una lucha sutil, alejada de la épica.
Pero lo que cuenta es qué pienso ahora, ¿verdad? Ahora poseo una ventaja: ya sé qué me encontraré al releer la novela. No tanto por la trama (que reconozco que aparte de imágenes fluctuantes sobre una escuela de magia y largas travesías infinitas sobre una barca, no recordaba excesivamente) sino porque he leído bastantes otras obras de Úrsula K. Le Guin: Desde novelas de la misma época como La mano izquierda de la oscuridad (que todavía tengo que releer) o El nombre del mundo es bosque (mi preferida) hasta historias más contemporáneas como Lavinia. Y he aprendido a disfrutar de la delicada prosa de Le Guin, a no esperar grandes sacudidas, a disfrutar del viaje más que el final, a detenerme de vez en cuando en una frase que me ilumina la mente y me llena de placer ( "Cuando enciendes una vela, también creas una sombra") porque el arte que vierte la autora en sus libros va más allá de unas tramas y de unos argumentos, nos acaricia el cuerpo dado que Úrsula K. Le Guin, por encima de todo, es una maestra del lenguaje.
Y la pregunta que os haréis todos es: ¿Así pues, te ha gustado más ahora el libro que hace veinte años? La respuesta es fácil: Sí, no es quizás el tipo de fantasía que busco a priori (recuerdad que soy hijo de la escuela de Tolkien) pero sí que me ha llenado más, y me ha interesado lo suficiente para querer saber más de Ged y del mundo de Terramar (cosa que hace dos décadas me dejó un poco indiferente). He disfrutado una vez más del estilo de la autora y ahora no me he trastornado por la falta de acción o de personajes carismáticos.
Y respondiendo a una segunda pregunta no formulada: Sí, os gustará, porque descubriréis otras maneras de tratar la fantasía y la imaginación, porque, como decía, el viaje es un gozo en sí mismo y porque aunque la trama quizás no sea de vuestro estilo, es un libro que hay que conocer para comprobar cómo rompió esquemas, como influenció a nuevas generaciones de escritores y como todavía hoy es querido por miles de lectores de todo el mundo.
Yo por mi parte, espero leer -—esta vez sí— las continuaciones.
NOTA: Para saber mucho más sobre la saga de Terramar, os invito a leer el artículo que Alícia Gili publicó en La Biblioteca del Kraken hace ya doce años y que es magnífico.
Eloi Puig
05/07/2020
.
|
|