Siempre he dicho que no soy muy aficionado a las historias de mitología clásica, especialmente grecorromana. No por nada en concreto, pero siempre he encontrado que la fantasía que desprenden es muy irreal para mis gustos. Pero naturalmente hay que hacer excepciones. Ya hice, por ejemplo, con la épica que me transmitió Señores del Olimpo de Javier Negrete, y ahora tengo que volver a bajar la cabeza y rendirme a la exquisita historia que nos presenta Joan-Lluís Lluís con un retrato entre entrañable y despiadado de Hefesto, el dios cojo.
La primera vez que oí hablar, de forma literaria, que el poder de los dioses provenía de la fe de los hombres fue en una increíble obra repleta de humor, ciencia, filosofía y naturalmente religión como es Dioses menores del malogrado Terry Practhett. Allí un dios menor, de esos que tienen pocos adeptos (y reencarnado en una débil tortuga) está a punto de desaparecer de la realidad dado que sólo le queda un seguidor fiel. En la presente novela, Joan-Lluís Lluís nos acerca a una premisa similar en la historia de Hefesto y de cómo sobrevivió a la hecatombe del Olimpo, siendo él, precisamente uno de los dioses menos conocidos y venerados del panteón clásico.
El autor nos muestra un retrato de la personalidad del dios bajo el hilo conductor de sus vivencias y percepciones durante siglos después de que los dioses antiguos desaparecieran misteriosamente. Hefesto sale de su madriguera y de sus forjas y se encuentra solo; y lo que es peor: débil, dado que los humanos ya no realizan los sacrificios rituales de los que se alimenta.
Esta es la historia de cómo sobrevive y cómo se adapta más que nunca a la vida de unos humanos que no lo reconocen ni saben nada de él. De cómo debe aprender a convivir con unos mortales que lo han olvidado y que veneran un nuevo dios. Hefesto debe intentar entender también a las personas que lo rodean desde una perspectiva nueva y no siempre es fácil. ¡Él es un dios! Quizás sí sea cojo, y feo, ¡Pero también es el más grande herrero, forjador y orfebre de todos los tiempos!. Por lo tanto, no siente interés en los mortales o en sus leyes o cultura. No aprende ni siquiera a leer. Posee, pues, un talante orgulloso, pero también huraño y a menudo nostálgico que provoca interacciones a veces fructuosas pero a menudo terribles con los humanos de quien se rodea.
Esta relación con los mortales es una de las grandes aportaciones del autor y tal vez la que nos sorprende más. A veces encontraremos a un Hefesto meditabundo, otros a un dios generoso, muchas otras, en cambio, a un ser que no contempla a los mortales como iguales y de los que ignora sus necesidades o anhelos. Hefesto es un dios que como es lógico no siempre utiliza la empatía con los mortales y también resulta particularmente egoísta al no querer saber nada de sus asuntos, ni siquiera si le afectan directamente.
Es un dios que navega entre el pragmatismo de una vida larguísima entre los humanos y un distanciamiento de los asuntos del nuevo dios crucificado porque, hay que decir también, que Hefesto es precavido e intuye que no podría vencerlo él solo teniendo en cuenta los millones de adeptos y su extensión por el mundo a través de tres religiones. Naturalmente, aunque con cierta simpatía, la crítica punzante a la cosmogonía única del cristianismo, judaísmo y el islam está servida teniendo en cuenta que el famoso dios no aparece nunca entre sus seguidores. No como él y todo el panteón griego que a menudo interactuaban con los creyentes e incluso tenían descendencia con ellos...
Pero también atisbamos que Hefesto ejerce una lucha interior sobre si vale la pena continuar existiendo en un mundo que no es el suyo y que no reconoce, de una realidad que cambia cada vez más deprisa y del que se siente ajeno. Y le duele que incluso los humanos sean capaces de vencer su orgullo con sus inventos. Una batalla, pues, contra sí mismo.
El autor busca un equilibrio entre humanizar la figura de Hefesto y mostrarlo en la plenitud de su esencia: cruel, directo, despiadado y alejado de cualquier empatía. La pregunta es más bien si es posible humanizar un dios, si esta esencia divina puede rebajarse al nivel de los mortales aún sabiendo que la única existencia posible es a través de ellos. Una dicotomía fantástica que mantiene este equilibrio con lo que Hefesto hace gala durante los larguísimos siglos después de que se quedara solo entre los suyos.
Pero también habrá momentos por los flashbacks, al menos en dos capítulos donde se nos cuenta la cruel infancia del dios y también como se casó con la más bella de las diosas: Afrodita. Todo ello parece pensado para que empatizamos con él y que el lector compruebe como un dios (y más del panteón griego) también puede sufrir humillaciones por su aspecto o por sus deficiencias físicas.
Una gran novela, pues, escrita con una prosa serena y relajada marca de la casa y que nos muestra la cara oculta de un dios menor que busca su lugar en un mundo extraño, un dios que vive en los márgenes de la civilización, viéndola pasar y de la que prácticamente no siente ningún tipo de interés por ella. Un relato de soledad ante lo inalcanzable ... incluso para un dios.
Eloi Puig
30/03/2020
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