Es indudable que la mención de autores como Douglas Adams, Kurt Vonnegut y especialmente Terry Pratchett en la contraportada de esta novela son un cebo difícil de esquivar. Y es que Víctor Nubla ha escrito una de esas historias que por suerte son tan inclasificables como oportunas, tan divertidas como filosóficamente sorprendentes. Puro estilo Pratchett, un tipo de literatura de la que vamos muy faltos en este país nuestro
A un pueblo llamado Estragó de Dalt, las dragonas (hembras de dragones) viven y conviven con la población humana y llevan a cabo duras tareas industriales al procesar el metal dentro de sus estómagos. Algunas también gestionan las tabernas del pueblo o tienen contratos en la radio local. Sea como sea sus salarios a base de princesas y caballeros son bastante escasos y esto lleva a una tensión que tira poco a poco la cuerda de la paz y prosperidad del pueblo.
Víctor Nubla ya me demostró con Les Investigacions del Cap Pendergast que es capaz de ofrecernos una prosa afable, relajada, que se fija en los detalles pero que también puede alejarse despistada como quien no quiere la cosa por las ramas sin buscar un objetivo concreto. Pero es un estilo particular que te acomoda francamente bien ante la novela. En Metal·lúrgia también encontramos pues este tipo de narración que navega entre personajes entrañables, situaciones absurdas y un trasfondo metafórico que busca denunciar; pero siempre desde una perspectiva amable utilizando un humor sutil y unas referencias que nos pueden dejar fuera de juego.
En Estragó de Dalt, la narración es protagonizada por un señor que vive en una residencia donde supuestamente se está recuperando de problemas de salud. En los ratos de ocio, nuestro protagonista interacciona con las dragonas que encuentra por la calle o por las tabernas del pueblo y a través de estas conversaciones nos vamos enterando de hechos sorprendentes como que las dragonas poseen una superioridad intelectual mucho más elevada que la humana (a menudo se enzarzan con disertaciones científicas donde cabe todo, desde las matemáticas avanzadas a la física cuántica) o que estas básicamente comen princesas, escuderos y algún caballero pero que desconocen de donde salen o quién es el proveedor.
Cuando la dragona Berenguera (por cierto, me encantan los nombres medievales elegidos por el autor) se come un técnico de sonido de la televisión local a causa del hambre que arrastraba y la encarcelan, las dragonas deciden hacer huelga y esto rompe el status quo del pequeño pueblo. Las autoridades deberán tomar decisiones para apaciguarlas y hacerlas volver al trabajo. Si no, la situación podría derivar en algo peor como que estas decidieran comerse a los habitantes del pueblo para merendar.
La novela, en claro tono humorístico, nos presenta pues varias capas de lectura: Podemos tomarnos la historia como una fábula simpática, pero también como una reivindicación de la clase obrera explotada. Podremos soñar con universos paralelos estereotipados, deliciosamente encantadores y absurdos a la vez pero también podéis levantar una ceja sobre si las historias que nos cuenta nuestro narrador no son fruto tal vez de una imaginación fantástica y demente. El hecho de que el protagonista escriba sobre la misma esencia de los dragones en un cuaderno nos podría hacer sospechar esta última afirmación.
Pero sea como sea, el lector se divertirá con unos diálogos dirigidos a que empaticemos con las dragonas; con escenas surrealistas (como los programas de televisión para dragones que son una delicia) que nos harán aflorar sonrisas y con mensajes a menudo desgarradores sobre la explotación laboral.
Sin duda, como comentaba al principio, un tipo de novela de la que vamos muy faltados que sabe combinar con acierto el humor con la reflexión y que bajo la pluma amable de Víctor Nubla nos acerca, a través de la fantasía y la ciencia ficción humorística a descubrir otras maneras de interpretar nuestros propios problemas.
Eloi Puig
08/12/2019
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