Debo decir que cuando me enteré que Males Herbes sacaba una novela catalogada como bizarra mis ojos se abrieron de golpe. Y más cuando descubrí una magnífica portada que me evocaba a pelis chungas de los años setenta al más puro estilo de Tarantino, con grandes dosis de violencia, parrafadas metafísicas y femmes fatales de mirada mortal. Al descubrir que el autor era Max Besora, debo confesar, también, que me desinflé un poco. Y es que mi escasa experiencia con este autor (siempre a través del formato corto) ha sido por decirlo de alguna manera fina, poco agraciada. Tanto en el cuento "J'espère que vouz Ferez buen voyage!" dentro de Punts de fuga como con el relato 'Manuel' que encontrábamos en la interesante antología Deu relats ecofuturistes, no conecté con él.
Pero qué demonios, hay que dar oportunidades a los escritores que envalentonan para construir obras refrescantes, directas y de género ambiguo pero siempre perturbador como es el bizarro. Además, mis referentes de este particular género surrealista eran muy buenos gracias al espíritu que ha insuflado la editorial Orciny Press obras magníficas —algunas directamente extraordinarias— que te vierten un jarro de agua a fría en cada página que lees (por cierto, la versión en castellano de La musa fingida ha salido también en la colección Midian de Orciny Press).
Así que dicho y hecho. Por el Sant Jordi de la pandemia me compré la novela... pero no lo he leído hasta ahora —cosas de la pila—. Ahora me he puesto porque quería tener criterio para valorarla dado que ha llegado a la final de los Premios Ictineu 2021 en la categoría de mejor novela fantástica escrita en catalán. Lo que por cierto me gusta porque no es fácil que una novela de mirada sesgada y que navega por los márgenes —como gusta decir en Males Herbes— alcance esta meta.
Así pues... por un lado los ojos me centelleaban de emoción por una portada y una lectura que se presentaba extraña y visceral... por la otra sufría un sudor frío por comprobar si Max Besora continuaba siendo un autor inclasificable, extravagante, y por qué no decirlo, un tanto irracional. Un autor de aquellos que te puede hacer amar con devoción un párrafo, un capítulo, una escena y también dejarte sin ánimos de seguir leyendo debido a lo que podríamos definir vulgarmente (y cariñosamente) como 'idas de olla' del artista.
El resultado de todo ello es La musa fingida, una novela surrealista, metaliteraria, que brilla por momentos y que te frustra en muchos otros. Vamos allá: Max Besora ha estructurado su historia en tres partes muy diferenciadas: Una primera —sin duda la más conseguida— dedicada a presentar personajes estrafalarios como los miembros de la familia Holofernes, o Meritxell, que se enamora de un hámster mutante llamado Manuel (Diría que el mismo del cuento homónimo que comentaba antes), un joven que es un vampiro estresado o un tipo que cambia de forma y se transforma en gorila. Todo normal hasta aquí. Sí, gente, esto puede ser bizarro... ¿Lo vais entendiendo? La narración se muestra por capítulos donde cada personaje se presenta a sí mismo. Besora no utiliza ni mayúsculas ni signos de puntuación en ningún momento. Dejémoslo aquí por ahora.
La segunda parte está escrita en forma de diálogos teatrales y se supone que es el nudo de la historia, donde confluyen la mayoría de los personajes que anteriormente se han presentado debidamente. Y en la tercera parte, Besora experimenta con la metaliteratura y provoca que uno de sus personajes, Amanda, salga de su texto para hablar con él y hmm .. intercambiar pareceres con su creador.
¡Uau!, diréis algunos. ¡Qué original! Sí. ¡Qué visceral y desequilibrante! También. ¿Qué podría ir mal en un texto donde tenemos hámsters mutantes que lanzan rayo láser por los ojos, chicas vengativas que quieren asesinar a su padre o vampiros que murden a la mínima que haces ruidos con las palomitas en el cine? Bueno... en primer lugar, quede claro que no tengo ningún problema con los hámsters mutantes o con los asesinos viscerales. Pero sí tengo más problemas con la coherencia de todo ello... el bizarro puede ser divertido, desvergonzado, absurdo incluso, pero también debe guardar algunas reglas de coherencia para que la historia sea un bloque comprensible que nos puede dejar con los ojos muy abiertos de la sorpresa, sí, pero que también nos permita decir emocionados mientras asentimos con fruición: ¡Este tío es un genio! —Y si no preguntadle a Carlton Melick III—.
Pero en el caso de La musa fingida, este sentimiento de conjunto extraño y sorprendente pasa a menudo por una sensación de vacío y de no entender qué pretende el autor. Me explico: Como comentaba, la primera parte de las presentaciones es la más intensa y rica. Al no existir signos de puntuación, la lectura es súper fluida, vuelas por sobre las páginas. Ahora bien, ¿Hacía falta esto? ¿Era necesario no puntuar casi 2/3 partes de una novela? ¿Cuál era la finalidad? ¿Provocar? Si me hubieran dicho que no se puntuaba el monólogo del personaje de Isabel II que podría pasar por una recreación de cómo hablan los jóvenes de hoy por las redes, lo entendería. Pero los otros...
La cuestión es que esta primera parte es bastante entretenida pero fastidia no poder leer correctamente. Sin embargo, el problema gordo, para mí, viene después, en la segunda parte teatral. Allí confluyen las historias, los personajes... pero el argumento de este segundo tramo es bastante soso, las expectativas que nos podíamos haber creado con las presentaciones iniciales, te dejan frío con una línea argumental flojita que no parece llevar a ninguna parte, o ningún espacio interesante para el lector.
Y entonces nos topamos con la última parte donde todo lo anterior se deja de lado y Besora se pone a experimentar con la metaliteratura... ¡Esto ya es hardcore señores! Porque Amanda, la hija mayor que pretende matar a su padre de repente se pregunta más sobre su existencia y sobre nuestro autor, Max Besora. No es que me desagraden estos experimentos literarios (de hecho, tiene momentos divertidos) pero si lo envolvemos con el resto de la obra... no veo un hito, un objetivo integrador y uno se pregunta... ¿A dónde quería llegar el autor? No lo sé.
Resumiendo, Max Besora ha escrito una novela extravagante que te divierte y te desespera cuando menos te lo piensas. Podríamos pensar que tantea, ensaya con varios tipos de narración pero tengo la sensación que más bien se ha soltado y ha comenzado a verter todo lo que le venía a la cabeza. El inconveniente, sin embargo, no es este tipo de brainstorming creativo, pues encontramos también buenas ideas; la cuestión aquí es que no ha sabido, en mi opinión, unir, ensamblar, pegar, colocar las piezas de manera que sean aprovechables, de forma que nos quede la sensación de una historia bien atada, completa. Quizás rarita sí, pero también satisfactoria.
La musa fingida me ha gustado más que los relatos que había leído hasta ahora de Max Besora. Creo sinceramente que ha escrito una novela valiente, libre pero también sin esquemas y un tanto pretenciosa en algunos apartados. ¿La valoración? Es difícil. Como amante del bizarro me han atraído muchos de sus tics pero como amante de la literatura otros me han dejado agotado. La mezcla es explosiva, sin duda, pero podría haberlo sido mucho más con una mayor coherencia interna.
Novelas así hacen falta para normalizar nuestra lengua y para poder ofrecer a todo tipo de público estas experiencias literarias. Pero también creo que en este caso se ha quedado más en un intento que no de una obra bien elaborada, la cual parece faltada de objetivos.
Eloi Puig
06/10/2021
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