En 1973, entre otras cosas, fue un muy buen año en cuanto a la cosecha de obras de ciencia ficción. Los premios Hugo de novela otorgaron a obras tan emblemáticas como Los propios dioses de Isaac Asimov (con finalistas de la talla de Robert Silverberg) y con respecto a la novela corta, Ursula K. Le Guin ganó el premio con El nombre del mundo es bosque.
Este fue el principal motivo por el que me compré la antología Los premios Hugo 1973-1975 en su momento. Bueno, éste y porque también había otra obra que siempre ha estado entre mis preferidas: "A song for Lya" de George R. R. Martin. Y además, en aquella antología, aparte de las obras mencionadas, también aparecía, por ejemplo, otro cuento de Le Guin que ganó el premio al año siguiente: "Los que se alejan de Omelas" (aún inédito en catalán)
Sea como sea, la lectura de esta antología donde estaba incluido El nombre del mundo es bosque supuso mi primera gran satisfacción con una autora de culto como es Ursula K. Le Guin. Quizás es cierto que ahora, después de diecisiete años desde la primera lectura, ésta no me ha sorprendido de la misma manera, pero es normal: Entonces, nunca antes había leído una historia de ciencia ficción ecologista —si exceptuamos, algo del trasfondo de Dune— y el impacto fue grande, enorme.
Y es que a comienzos de los años setenta del siglo pasado, nos encontrábamos en plena New wave de la ciencia ficción y las temáticas y objetivos de las novelas se redefinían continuamente para convertirse en un medio más crítico y analítico de nuestra sociedad. El nombre del mundo es bosque es un buen reflejo de la época y encontraremos miradas nada disimuladas a la Guerra de Vietnam, también a una visión muy poética y romántica de la perseveración del paraíso y la naturaleza, pero sobre todo a una crítica feroz al colonialismo ya la explotación de los recursos desde la lejana metrópoli (en este la madre Tierra).
Hablando sobre colonización, sólo dos años antes, Robert Silverberg nos presentaba una de sus mejores novelas de ciencia ficción como era Regreso a Belzagor, que atacaba directamente y sin disimular los efectos de la descolonización africana. En aquel caso a posteriori, cuando el daño ya estaba hecho. En 1972, Le Guin nos proponía una historia centrada en el momento mismo en que la colonización radical de un planeta está cambiando y destruyendo la ecología y la manera de vivir de sus habitantes. Hablamos, obviamente de El nombre del mundo es bosque.
Nueva Tahití, un inmenso planeta selvático, un auténtico vergel paradisíaco, hace escasos años que fue colonizado por la Tierra. Compañías madereras cortan bosques y destruyen el entorno sin piedad. Los habitantes de Nueva Tahití, los crichis, unos humanoides bajitos y peludos que poseen aparentemente una sociedad primitiva y simple pero que en verdad están conectados de forma brutal con su mundo, ven como su particular universo de verdor desaparece a marchas forzadas. La palabra que utilizan para referirse a su mundo es bosque (de ahí el título de la novela) y los humanos lo están destruyendo implacablemente. Los crichis (o athestianos), además, son susceptibles de ser explotados como esclavos pues los humanos los toman por poco más que monos que saben hablar a pesar de saber que están emparentados con los humanos —gracias a la tecnología genética hainita—. Un hecho de discriminación evidente.
Aquí encontramos un punto importante de lo que le Guin hace una gran reflexión. ¿Qué significa ser un hombre? ¿Cuál es la definición de lo verdaderamente humano?
(...) "[Los hainitas] eran lo que eran. No había ningún otro pueblo que pareciera encajar tan bien en la piel humana. Excepto, quizás, ¿los hombrecillos verdes? Aquellos crichis, anómalos, empequeñecidos, sobreadaptados, estancados, que eran tan absolutamente, tan honestamente, tan serenamente lo que eran... "
Teniendo en cuenta el pasado común de los Terranos y los crichis, provenientes de dicha tecnología hainita, el grado de humanidad desarrollada se mueve en función de la adaptabilidad de cada raza en su entorno. Y los crichis han llegado a un punto de comunión perfecta con el planeta que los alimenta y los cuida. De hecho, poseen altas capacidades para conectarse a través de los sueños con su medio natural. Lo que los Terranos, nosotros, no son capaces ni de imaginar. Todos evolucionamos dependiendo de nuestro entorno:
"Del mismo modo que Tierra designaba tanto la tierra como el planeta, dos significados en uno solo. Pero los athstianos, la tierra, el suelo, no era el lugar donde devolvían los muertos y el medio por el cual viven los vivos: la esencia de su mundo no era la tierra, sino el bosque. El hombre era de arcilla, polvo rojo. El hombre Athstiano era rama y raíz. No cortaban figuras de ellos mismos en piedra, sólo en madera ".
El nombre del mundo es bosque nos muestra dos maneras de pensar diametralmente opuestas: La de algunos humanos, empeñados en darle la vuelta todo un ecosistema sin preguntarse si el impacto será irreparable y la del héroe crichi, Selver, que lucha tal cual Espartaco contra el invasor. Aquí creo que la autora ha simplificado un poco demasiado los talantes para presentarnos personajes con una personalidad tan extremadamente marcada. Los "buenos" son muy buenos y el malo, el capitán Davidson, es uno de los dementes más carismáticos (como demente) que recuerdo. Claro que en medio Le Guin nos coloca a un típico científico antibelicista que pretende ser el vínculo entre el choque cultural y de sociedades que se están viviendo en Nueva Tahití con la llegada de los humanos.
De este modo, Le Guin nos presenta diversas visiones de la explotación colonial: En primer lugar a Davidson, cruel, racista y patriótico, el esterotipo del colonialismo europeo o americano; En segundo lugar a Selver, atormentado por la pérdida de su mujer, violada hasta morir por Davidson, y experimentando unas sensaciones que nunca antes había sentido: Furia, venganza. Y en tercer lugar el científico, Lyubov, que luchará por los derechos de los crichis y que nos muestra la cara amable de los Terranos que se apartan de los militares o gerentes de multinacionales. Centrémonos, no obstante, en Davidson: Un psicópata ultranacionalista. Un supremacista con tendencias xenófobas contra otras razas o etnias. Sus disquisiciones mentales para justificar sus pensamientos neuróticos son una genialidad:
"Algunos hombres, en especial los asiatiformes y los tipos indio, son traidores natos de verdad. No todos, pero algunos sí. Algunos otros hombres son salvadores natos. Simplemente estaban hechos de aquella pasta, era como ser de ascendencia euraf, o tener un buen físico; características por las que no se atribuía ningún mérito. "
Su temperamento y su capacidad para convertirse en desagradable de forma continuada es una manera más que tiene le Guin para presentarnos a supremacistas misóginos que son enviados por los gobiernos para pacificar o colonizar nuevos territorios:
"El hecho es que, el único momento en que un hombre es realmente y enteramente un hombre, es cuando acaba de irse a la cama con una mujer o cuando acaba de matar a otro hombre. No era un pensamiento original, la había leído en algunos libros antiguos, pero era verdad. Por eso le gustaba imaginarse escenas como aquella. Aunque los crichis no fueran hombres de verdad".
Una novela, pues, que supone una crítica constante a temas tan evidentes hoy en día como la destrucción del medio ambiente, el machismo, la guerra y la consecuente destrucción gratuita de vidas, pero también una historia que pone el enfoque con el choque cultural y la incomprensión hacia a otras culturas que actúan simplemente de forma diferente.
Y de hecho, esta es la excusa de la mayoría de las novelas del Ekumen (o ciclo de Hainish) que escribió Le Guin: proporcionar herramientas para estudiar antropológicamente sociedades humanas distanciadas en años luz la una de la otra, con adaptaciones y evoluciones diferentes. Lo vimos en La mano izquierda de la oscuridad, y también en Los desposeídos. Ahora toca ponerse delante de los explotados, de los débiles, de lo que sufren las embates de una sociedad, la Terrana, que no siempre actúa como debería ser. El ansible, el aparato de comunicación a distancia instantánea entre los mundos del Ekumen también tendrá un papel importante en esta novela... que de hecho no deja de ser un reflejo de nuestra realidad y de la falta de comunicación, uno de los grandes males de nuestra especie.
Huelga decir que la novela ha sido fuente de inspiración de otras obras. Quizá la que más se ve reflejada es la película Avatar de James Cameron (2009)
Eloi Puig
17/07/2021
|
|