Mi relación con una autora de la talla de Úrsula K. Le Guin siempre ha sido ambigua. He leído varias novelas suyas y también relatos y me parece una grandísima escritora pero no siempre he llegado a congeniar con su estilo o con el ritmo que insufla a sus tramas. Quizás también es cierto que alguna de sus obras las leí demasiado joven (como por ejemplo Un mago de Terramar, al que ya le tocaría una revisión) pues normalmente Le Guin dice más de lo que sus palabras dan a entender, da perspectivas que no siempre son captadas si no estás atento y en definitiva combina historias que parecen sencillas pero que esconden mucha filosofía.
Más adelante leí uno de sus grandes clásicos: La mano izquierda de la oscuridad (que Raig verd está preparando, por cierto) y ya noté del todo que si la lectura no era tan destacable como yo había previsto (dado que la novela la era - y es- un clásico indiscutible dentro de la ciencia ficción más antropológica) era por las perspectivas que me había creado yo mismo y quizás por una falta de emoción o intriga en la trama. Esto se corrigió a la perfección con la novela corta El número del mundo se Bosque de la que me quedé enamorado. Pero allí sí había emoción y ritmo. Al menos eso pensaba. La última novela que leí de ella (hará unos 10 años ya!) la encontré muy notable (Lavinia) y nos trastocaba esquemas con una fantasía histórica que me gustó quizás debido a mi madurez lectora donde ya era plenamente consciente lo que estaba leyendo.
Así pues, al comprarme otro clásico indiscutible como es Los desposeídos tenía un cierto miedo que no estuviera a la altura de las expectativas, que no me penetraran suficientemente sus ideas, incluso que el libro estuviera desfasado u obsoleto (recordemos que tiene unos 44 años). La conclusión a medida que iba devorando capítulos - y tomando notas sin parar- es que estaba leyendo una obra muy grande. Que sí, que tenía un ritmo tranquilo, lento incluso; que sí, que le faltaban otros personajes carismáticos a parte de nuestro protagonista; que sí, que en algunos aspectos veía poca inventiva por parte de la autora imaginando cómo funcionarían (técnicamente) mundos futuros. Pero que sin embargo no dejaba de ser una obra maestra.
Y esto, señores, es lo que tenéis entre las manos. Una obra capital de ciencia ficción centrada en la sociedad y la antropología que ganó los tres premios más prestigiosos de la ciencia ficción mundial (Hugo, Nebula y Locus) y que encima, la editorial Raig verd nos la ha presentado con una envoltura de aquellas que te hacen brillar los ojos: Una edición de lujo, con tapa dura, desplegable interior y magníficamente traducida por Blanca Busquets.
Y ahora que ya no tengo veinte años, era el momento de leer una novela como ésta, quizá porque las ideas intrínsecas de la que está impregnada me han cuajado más y mejor en este kraken que tiene prácticamente la misma edad que el libro que con el pulpito que leyó por primera vez Un mago de Terramar hace varios lustros. Así que sin más preámbulos (que ya he hecho bastante) paso a comentaros que me parece la lectura de Los desposeídos.
Esta novela no es la primera que Úrsula K. Leguin escribió integrándola en su propio universo del Ekumen (que significa “mundo habitado”). Antes ya llevaba explicadas algunas historias sobre la humanidad disgregada por varios planetas incomunicados entre ellos como por ejemplo en El mundo de Rocannon. Todas estas novelas se pueden leer de forma autónoma pues no tienen relación entre ellas exceptuando el escenario común y una cierta predilección de la autora por las tramas sociales y de vertiente antropológica.
Pero empezar por Los desposeídos es una ventaja y una recomendación pues aquí se inicia la pequeña revolución que significa la creación del ansible o la comunicación instantánea entre mundos. Porque uno de los puntales más importantes de esta novela trata sobre eso mismo: el contacto entre humanos y civilizaciones que están literalmente a mundos de distancia; el intercambio de ideas completamente parado por la inmensidad del espacio. Le Guin insiste con la idea de que la falta de información y diálogo directo favorece el distanciamiento y la suspicacia entre sociedades. La autora planea muy cuidadosamente un escenario doble donde transcurrirá la historia de Shevek, nuestro protagonista.
Anarres y Urras son dos planetas de un sistema binario. Cada uno contempla al otro como una lejana luna, omnipresente pero a la vez ignorada y también despreciada. Anarres es un planeta duro, de clima inhóspito y donde impera una sociedad de tipo anarquista, descendientes de exiliados o inmigrantes del planeta Urras hace unos 150 años. En cambio, Urras es un planeta verde, fértil, con una grandísima biodiversidad y con múltiples naciones que poseen sistemas políticos y económicos propios que van desde el capitalismo desenfrenado, al comunismo y también se insinúa la existencia de naciones explotadas del tercer mundo. Un símil, sin duda de nuestra Tierra.
Shevek es un gran científico que se siente incomprendido en Anarres y busca las grandes posibilidades que ofrece Urras para seguir estudiando una teórica física que puede cambiar la percepción del universo: La teoría de la simultaneidad. Y por este motivo marcha hacia Urras donde es muy bien recibido. Es la primera persona que viaja voluntariamente entre los dos mundos en más de un siglo y medio (a parte de los encuentros comerciales periódicos entre los mundos). Lo que descubrirá en el planeta hermano hará tambalear su percepción de la sociedad.
Así es. Los desposeídos es un choque cultural constante de sociedades inversas, una colisión sobre dos maneras de entender la política, la economía, las formas sociales o de cómo explotar los recursos planetarios. Anarres con su anarquía procura no malgastar ni lanzar los pocos recursos disponibles del planeta. "Cualquier exceso es excremento" y "El excremento retenido envenena el cuerpo" dicen algunas de las máximas filosóficas odonianas que rigen el funcionamiento de Anarres. Un planeta donde todos tienen teóricamente las mismas oportunidades y donde ambos géneros son igualmente importantes, el sexo es desinhibido, las familias se estructuran sin ataduras afectivas más allá de lo que cada persona desea y la alimentación y la vivienda están garantizados. ¿Una utopía con tendencias comunistas y más allá? ¿Pero funciona bien esta anarquía planetaria?
Por otra parte, Urras derrocha pero sus habitantes poseen mucha libertad, el individuo puede triunfar o puede caer en la miseria; la sociedad, no obstante, denigra a las mujeres en tareas domésticas o a servir de anfitrionas y ensalza el patriarcado al que todos estamos acostumbrados. Los países capitalistas mantienen una sociedad parecida a la del los primeros dos tercios de nuestro s. XX. La gente puede ser egoísta pero también magnífica si se lo propone. Realmente, sin embargo, ¿las sociedades representadas en Urras funcionan y tienen una dirección clara e infalible?
¿Qué mundo es mejor?
Creo que la respuesta que nos transmite Le Guin es este equilibrio que debería haber entre las dos sociedades. Porque en el fondo un mundo es el Yin y el otro es el Yan de este sistema binario tan particular. ¿Juntos formarían un equilibrio o quizás un sistema económico y social acabaría imponiendo al otro? De hecho por ese motivo una colonia fundó una sociedad en el exilio en Anarres. La respuesta no es fácil y es el lector quien debe decir la suya. Pero por otra parte también pienso que la autora ha diseñado unos escenarios ideales para que cada sociedad se pudiera desarrollar por los caminos que a ella le interesaba. Supongo que mi vertiente determinista geográfica pesa mucho en estas opiniones. Preguntémonos... la orografía, clima, geografía de Anarres, ¿Propicia el establecimiento de una sociedad anárquica? En cambio, en un mundo diverso, rico como Urras ¿Quizás no hubiera triunfado? ¿Es posible que a Anarres este sistema político-social sea la mejor manera de sobrevivir en comunidad? Esta cita así lo afirma:
"Este planeta no estaba destinado a amparar una civilización. Si nos abandonamos unos a otros, si no renunciamos a nuestros deseos personales para el bien común, nada, nada en este mundo estéril puede salvarnos. La solidaridad humana es nuestro único recurso. "
La pregunta gira, pues, en sí la autora hubiera expuesto sus ideas de sociedades enfrentadas en dos planetas similares, tal vez estas hubieran convergido en un solo tipo de civilización y de entender el mundo, pero al tratarse de biosferas tan radicalmente diferentes Le Guin tiene una excelente excusa para desarrollar sus propuestas filosóficas, económicas y sociales.
La novela está estructurada bajo la mirada constante de Shevek tanto en su nuevo hogar de Urras y en los descubrimientos estimulantes que está haciendo como en sus recuerdos de toda una vida en Anarres. La autora nos plantea la novela dedicando un capítulo a cada planeta entre el presente a Urras y el pasado a Anarres y sin que nos demos cuenta va analizando los pros y contras de cada sociedad bajo las experiencias de Shevek. Nos va introduciendo información de forma lenta pero continua y ciertamente en cada página descubrimos mil y una ideas y formas diferentes de vivir la realidad de cada mundo. Desde la visión feminista, liberal, solidaria y pragmática de Anarres (este empirismo que busca la verdad y lucha contra el consumismo desproporcionado me recuerda pasajes de otro gran clásico como es La Guerra de los mercaderes) a la visión abierta de posibilidades en un mundo de naciones y de continua competencia para desarrollarse y progresar más que el vecino como podemos encontrar en Urras.
Le Guin, pues, consigue en primer lugar aquello que tanto presumimos los aficionados al género: Nos hace pensar, recapacitar sobre qué camino debe emprender la humanidad; quizás descrito en un entorno diferente y lejano pero que podemos extrapolar claramente a nuestro presente, ahora y hoy. Pero por otro lado da también un aliento de esperanza, si deseáis de toque romántico, sobre la exploración del intercambio de conocimientos y el deseo de ir más lejos. Siempre, no obstante, con el pensamiento de favorecer el conjunto de la humanidad, no de una sola nación o planeta. Le Guin nos dice en un momento dado:
"Los odonianos que abandonaron Urras se habían equivocado, su coraje desesperado había sido un error, el error de rechazar su historia, de renunciar a la posibilidad del retorno. El explorador que no vuelve, o que no hace retornar sus naves para que expliquen el relato de lo que ha visto, no es un explorador, sólo un aventurero, y sus hijos nacen en el exilio. "
Los desposeídos puede tener carencias en algunos aspectos ligados a ofrecer intriga, nervio a la trama, la cual puede obedecer a una dirección muy canalizada por parte de la autora para que la coherencia de cada visión quede realzada; también podemos ver la novela como una visión distópica de dos sociedades que deben buscar una utopía imposible como es que la humanidad se entienda con ella misma. Pero creo que cada una de sus páginas se convierte en una herramienta increíble para hacernos ver precisamente que las ideas, las mil maneras de pensar (¡y de hablar!) son los elementos que hacen sacar adelante esta extraña especie nuestra.
Hablando de esto último, de las ideas y la diferente manera de tratarlas, y ya para terminar, permitidme una de las más citas preferidas del libro:
"La idea, por su misma naturaleza necesita ser comunicada: escrita, explicada, experimentada. La idea es como la hierba. Anhela la luz, le gustan las palabras, prospera con la mezcla, crece con más pujanza cuando es aplastada ".
Como veis Le Guin clama por el intercambio comunicativo, pero eso para ella es tan importante el acercamiento de sociedades, la comunicación instantánea. Los desposeídos no deja de ser un clamor al diálogo y al entendimiento, sea entre mundos, entre naciones, o entre iguales.
Por eso Los desposeídos será siempre una novela eterna, que nunca envejecerá, porque lo que nos narra es la esencia misma de nuestra humanidad y de sus desequilibrios que conllevan la creación de nuevas ideas que hay que compartir, destruir, realzar, comunicar y que nos hacen avanzar hacia el futuro.
Eloi Puig,
29/03/2019
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