Ésta es una de las reseñas más difíciles
que he hecho nunca. Los motivos son varios pero el principal problema
que me encuentro para hacerla es mi propia objetividad. No es la
primera novela juvenil que leo, últimamente me he tragado
parte de la saga de Harry
Potter y años antes disfruté como un cosaco leyendo Momo o La Historia Interminable. Pero claro, Harry
Potter es lo que es y antes era antes.
Mi valoración de Alicia en el país de las maravillas puede resultar fundamentada bajo los puntos de vista que tengo en
la actualidad. Soy una persona supuestamente adulta (por suerte,
sólo supuestamente), que ha leído mucho y que se ha
creado unas espectativas, pero que quince o veinte años atrás
tenía otras ni mejores ni peores, si no diferentes, como
decía aquel presentador. Eso me crea la duda de que si ahora
releyera libros que en mi adolescencia (o antes) me parecieron deliciosos,
quizás ahora los encontraría poca cosa.
Hace poco, un amigo mío me preguntó que como podía
darle un 8,5 a un libro como El
Retorno de los dragones de Weis
& Hickman, cuando había otros de mejores que
criticaba más duramente. Mi respuesta fue clara: En el momento
que lo leí lo encontré muy bueno, ahora quizás
me guiaría con otros valores pero igualmente intentaría
respetar mi valoración inicial. Con Alicia en el país de las maravillas me pasa algo parecido (salvando las distancias).
Su estilo es claramente juvenil, incluso infantil, pero tiene ideas,
tiene fluidez, tiene naturalidad y tiene un estilo propio que tengo
que juzgar, ahora que tengo 31 años, con la visión
de catorce o quince
¿o quizás no? ¿Me
gustaría de la misma manera ahora aquella novela que se llamaba La Señora Frisby y las ratas de Nimh? ¿Cambiaría
mi enfoque o intentaría volver a ser un chico de catorce
años perplejo todavía por un Señor
de los anillos que le marcó tan profundamente?
Lewis Caroll (Seudónimo de Charles Dogson) creó en
1865 un cuento teóricamente dirigido para los niños,
pero con algunas ideas revolucionarias que quizás han hecho
que perdurara hasta hoy. Dentro de la más estricta loca fantasía,
sin reglas, sin moralejas, nos narra una historia bajo la inocente
mirada de una niña de buena cuna, acostumbrada a las buenas
maneras y a la alta educación que ve como de sopetón
su mundo se gira al revés escuchando hablar animales, observando
cómo su cuerpo cambia de tamaño, jugando partidos
ridículos de croquet con cartas humanizadas o intentando
que la mítica reina de corso no le corte la cabeza.
Carroll hace una crítica a esta sociedad victoriana acomodada
con palabras sencillas, con metáforas escondidas (parodiando
canciones, riéndose de personajes que podrían ser
reales) como para dar alas a la imaginación de los niños
y para hacerles salir de aquella apática vida rutinaria.
Y eso lo hace a través de las más absurdas situaciones,
las más inverosímiles, pero las que quizás
afectarían más a un oído o a una lectura infantil
de la época. Nunca pretende dar moralejas, al contrario,
se ríe descaradamente en algunos pasajes de ellas y quizás
me atreviría a decir que de paso se mofa de toda la monarquía
inglesa
Es un hecho que el libro ha perdurado hasta nuestros días,
quizás también debido a la versión cinematográfica
de Disney (que no he querido ver hasta haberme leído la original
demasiadas veces las versiones azucaradas de esta compañía
me han decepcionado).
Una novela pues, escrita para niños pero que si uno se integra
en ella puede descubrir algunos pasajes deliciosos. En esta edición
hay que sumarle el hecho de que las ilustraciones que la componen
son las originales, realizadas por Jhon Tenniel y que son pequeñas
joyas que realzan la novela.
|
|