Luchas entre golems y elementales de la naturaleza,
magia cuchicheada a la oreja de las víctimas, humanos rehechos
con implantaciones biológicas o mecánicas como cástigo,
razas alienígenas conviviendo en un planeta parcialmente
inexplorado dónde las torsiones dimensionals asolan ciertas
zonas y dónde existe una ciudad-estado que acapara la tecnología
punta: El vapor. Una combinación alucinante que sólo
se puede dar en un lugar: La serie de Bas-lag, creada por un joven
y genial activista de izquierdas inglés, China Miéville.
¡Uau! Qué presentación ¿verdad?
Parece que sea su editor pero es simple envidia. La verdad es que
admiro bastante a China Miéville. Es una persona que hasta
dónde sé se implica en la vida política de
su país pero también (y esto es lo que nos interesa)
en sus novelas. Hace seis años revolucionó el mundo
de la ciencia ficción y de la fantasía con La
Estación de Calle Perdido, la primera novela ambientada
en el mundo de Bas-lag. Su acogida fue enorme, como también
lo fue la segunda novela (que no continuación), La
Cicatriz. Y ahora nos llega El Consejo de Hierro.
En un primer momento hay que tener presente
que esta ya es la tercera historia ambientada en este imposible
pero ya entrañable mundo y que las dosis de sorpresa se reducen
considerablemente, y más si tenemos en cuenta que se repite
parcialmente el escenario de la impredecible y cosmopolita ciudad
de Nueva Crobuzon. El otro escenario es el territorio inexplorado
de Bas-Lag. Aquí, igual que en La Cicatriz se echa de menos
un mapa, pues la geografía del planeta no queda todavía
nada clara y por mucho que se esfuerce el autor en describirla,
es difícil de abarcar sin una buena representación
gráfica.
Tras tener en cuenta estos puntos, podemos decir
que la novela sigue siendo muy interesante pero que el nivel baja
respecto a sus predecesoras:
El problema pricipal es la diversidad de ritmos
en que se nos narra el argumento. Un flashback de más
de 100 páginas introducido en medio de la novela que resulta
ser una de las partes más importantes de esta (al menos al
final) en contraposición con la línea argumental del
presente que queda tajada y que avanza mucho más. Es un cambio
muy drástico que afecta a demasiadas páginas. Pero
el inglés continúa en racha con respecto a describir
los capítulos de acción: Su ritmo vertiginoso y su
natural calidad literaria nos transmiten como pocos el complejo
sub-mundo y las infinitas posibilidades que tiene una ciudad como
Nueva Crobuzon.
El otro punto que me descoloca es el argumento:
Por un banda Miéville ha creado al fin la novela que quería,
la crítica social aplicable a su propio país (Reino
Unido) durante la Revolución Industrial (los paralelismos
y la ambientación Steam punk lo hacen evidente). Miéville
inventa su propia revolución de izquierdas, juega con la
idea, con los iconos, para llevarnos a una lucha social alternativa:
la Guerra civil en la ciudad-estado de Nueva Crobuzon. Los burócratas
conservadores de todas las razas contra el pueblo plano, obrero
y miserable, también formado por todas las razas de Bas-Lag
pero también por los rehechos, estos reos torturados y castigados
con implantes horrorosos, que sólo sirven por convertirlos
en parias y desesperados. (el mejor ejemplo, lo encontramos en esta
novela). Es una lucha entre clases, entre las derechas poderosas
y las izquierdas progresistas, bohemias, de artistas (el hecho que
exista una brigada formada por trasvestidos y bailarinas nos da
una idea de lo que propone el autor). Quizás no deja de ser
una metáfora de la vida real del autor. Miéville sabe
que estas luchas son difíciles y que hace falta encontrar
un símbolo, un icono. En este caso, El Consejo de Hierro.
Pero por otra parte existe otra guerra exterior,
contra la ciudad-estado de Tesh (dónde nunca queda claro
en qué consiste ni como se acaba resolviendo) y aquí
es dónde Miéville se dispersa, se descentra y desenfoca
el centro de atención que era realmente la unión de
las clases desfavorecidas de Nueva Crobuzon. Aquí es dónde
la novela queda algo confusa y dónde creo que al autor se
le ha escapado de las manos.
Miéville ha hecho la más fantástica
de las tres novelas en esta entrega. Fantástica en contraposición
a la ciencia ficción que se combinaba casi perfectamente
en las otras novelas de la serie. El autor ha potenciado mucho más
la taumaturgia, esta "ciencia" mágica existente
en Bas-lag para incorporarla al argumento. También ha añadido
elementos muy próximos como el caso del ferrocarril en un
argumento que a veces nos parecerá realmente absurdo, pero
aquí es dónde el talento de Miéville ataca
y todo aquello que parecía imposible y desmesurado, acaba
pareciéndonos natural y cotidiano.
Esta es la gran magia de Bas-Lag.
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