Permitidme una pequeña anécdota: Cuando hace cosa de veinte y pico años (mierda, de casi todo hace veinte años siempre) quise dedicarme a esto de leer ciencia ficción con algo más de profundidad dado que prácticamente sólo había leído a Asimov, Clarke y por desgracia cierta trilogía sobre la terraformación marciana; decidí instruirme leyendo clásicos. Dicho y hecho, un día bajé las escaleras de la Librería Gigamesh y me puse a revolver entre las estanterías. Me quedé con dos novelas en la mano, curiosamente de la misma editorial; leí las contraportadas, valoré los autores y me estuve al menos diez minutos sin saber por cual decidirme: una era La Tierra permanece de George R. Stewart; Pero me quedé con la otra: Solaris de Stanislaw Lem, una obra maestra.
Siempre me he dicho que un día me leería La Tierra permanece pero que queréis que os diga: El tiempo pasa y las lecturas se acumulan, las tendencias, los gustos y el tiempo presionan. Y ahora, sí, finalmente me he leído la nueva traducción de Lluis Delgado de la presente edición que ha publicado la Editorial Gigamesh. Y la principal conclusión que he sacado es que hubiera escogido la que hubiera escogido ese día, ambas novelas eran, son y serán clásicos indiscutibles y excelentes novelas a disfrutar por todos (no sólo por los aficionados a la ciencia ficción). Más vale tarde que nunca, pero estoy contento porque como se suele decir, la espera ha valido la pena.
Desconozco si antes de la publicación esta novela (en 1949) se había tratado el género post-apocalíptico con la profundidad y ternura con que George R. Stewart lo hizo con la presente novela. Probablemente había algún relato, cuento o historia que se refería a dicho tema pero quizás no de forma tan explícita como esta. Isherwood Williams es un joven geógrafo que comprueba cómo la civilización se va al garete debido a una extraña enfermedad. Él se salva gracias a una mordedura de serpiente que le suministra algún tipo de antídoto. El hecho, sin embargo, es que cuando vuelve de sus estudios en la montaña donde vivía bastante retirado se encuentra con un desolador paisaje: la mayoría de la humanidad ha muerto.
Stewart nos ofrece un relato sobre las impresiones personales que durante décadas Ish obtendrá de esta caída generalizada de la sociedad humana. La primera parte del libro es un tanteo donde Ish viajará de una punta a la otra del país buscando supervivientes. Es de destacar la falta de emociones del personaje que acepta de forma resignada el nuevo estatus en un mundo que ya no existe. Su vocación (repito, es geógrafo, un trabajo muy digno y desgraciadamente poco valorado) y su sentido del análisis lo mantendrán cautivado pero sin ser resolutivo. El autor lo escenifica muy bien en esta frase:
“Al día siguiente salió de casa para observar qué sucedía, sin dejar de pensar en la obra teatral que esperava presenciar”
En estas primeras semanas Ish no reacciona, es un simple espectador que observa y que empieza a hacer sus propias conjeturas de cómo se convertirá en el futuro. Son pensamientos que el autor nos refleja en forma de párrafos premonitorios que tanto se pueden ocupar de lo que les pasará de las ovejas como a las grandes ciudades. Son como llamaradas de pensamientos descritas por una Cassandra resignada que prevé mil y un futuros para cada una de las plantas, cultivos, animales y restos de la civilización humana. Y nadie que la escuche o que le pueda rebatir dicha previsión.
Los primeros pensamientos de Ish son siempre de carácter científico dada su mentalidad analítica, intentando explicar o más bien auto sugestionarse del porqué del descenso humano. Su teoría principal se resume con esta reflexión:
“En cuanto al hombre, no hay motivos para pensar que, a largo plazo, vaya a escapar al destino que han sufrido otras criaturas. Si existe la ley del flujo y del reflujo, su situación actual es extremadamente peligrosa. A pesar de las guerras, las plagas y las hambrunas, ha aumentado en número durante diez mil años y ese incremento ha ido acelerándose de manera paulatina. Desde el punto de vista biológico, el hombre lleva ya demasiado tiempo gozando de una buena racha.”
Pero ... ¿y los restos de la humanidad? ¿Vale la pena juntarlos? ¿Unirlos de algún modo? Aquí es donde Ish recapacita al conocer a una mujer y donde poco a poco se ve con la necesidad de crear una pequeña civilización, un pueblo, un hogar con otros supervivientes. Ish tiene esperanza en crear un nuevo modelo de civilización y en eso se centra en la segunda parte de la novela. Nuestro geógrafo tiene sueños, tiene ideas y parece ser el único con cierta capacidad intelectual (Aquí podemos entrever de reojo algunos perjuicios que intuimos del autor sobre las personas poco diestros en la lectura o la ciencia) para sacar adelante un proyecto como este que incluye por ejemplo escuela para aprender a leer y escribir a los más pequeños, para tratar de continuar el legado de la raza humana. Y es que lo que más le duele a Ish es que los conocimientos de la sociedad (aquí representados en la gran biblioteca universitaria que visita a menudo) no se pierdan en el olvido.
Aquella mirada analítica que observaba el mundo como si fuera una obra de teatro se convierte poco a poco en una mirada que busca el estudio antropológico de su mini sociedad a fin de encontrar la mejor manera de sobrevivir y continuar un legado que tantos siglos ha costado construir pe a la humanidad. Ish quiere tejer una sociedad nueva y por lo tanto debe intentar comprender las necesidades y los pequeños vicios de la gente que vive en ella. Desde la religión antigua a los nueve mitos y especialmente a la importancia de los símbolos como anclas donde la gente se puede coger en esta nueva vida que tan drásticamente les ha cambiado la existencia. Incluso veremos algunos momentos de cierta crueldad intelectual cuando se quiere proteger la nueva tribu de la sangre que puede provenir de personas retrasadas.
Nuestro geógrafo es un dirigente como es debido pero que atisba un futuro que no es lo que él desea, sólo de vez en cuando un rayo de luz entre estas nubes negras le impiden hundirse en la apatía.
Dejando un poco las implicaciones de la trama, lo cierto es que Stewart escribe de forma amable, relajada, muy amena y que invita a reflexionar más que a sufrir o disfrutar de emociones fuertes. Ish es nuestro protagonista, nuestro héroe si queréis, pero sus acciones son cotidianas, regidas por la lógica, no por la emoción, menos en buena parte de la obra.
Aunque esta segunda parte es la que he encontrado más interesante, debo reconocer que la última es la más emotiva y que Stewart sabe describir a la perfección momentos sublimes que te perduran en la mente.
Una obra que me atrevería definir como íntima, teniendo en cuenta que está plenamente centrada con un solo protagonista, una novela que encuentro muy coherente, especialmente bien narrada y que se aleja de obras que buscan una confrontación o tensión entre personajes o entre el medio y el resto de la sociedad. No, El título es muy explícito en este aspecto y Stewart no nos engaña en ningún momento. La Tierra permanece es una reflexión que nos arrastra a pensar que no somos nada, que disfrutamos, como comentaba en aquella cita, de una buena racha pero que quizá no haya que estar preparados para el peor ni caer en histerismos pues al final siempre perdura algo, siempre habrá alguien que tomará decisiones y continuará la historia con una visión propia.
Un clásico con mayúsculas. No os lo perdáis.
Eloi Puig
13/07/2019
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