A veces pienso que mi mente me engaña, que me dicta unas directrices o que me condiciona a creer que un determinado tipo de prosa o incluso de literatura es más adecuada que otras, que me gustará más o menos. Y Puede que mi cerebro trata de protegerme, pero también es cierto que no siempre le sale bien o más aún: Que se equivoca.
Hace tiempo que tengo una especie de lucha privada contra las obras claramente surrealistas que afectan a la ciencia ficción y la fantasía. Últimamente había llegado a la conclusión de que no eran para mí, que no entraba en ellas. Hechos como que recientemente valorara a uno de mis autores favoritos, China Miéville, con un aprobado justito para obras —altamente surrealistas— como Los últimos día de Nueva París, o clásicos que tampoco encajaron bien conmigo como Joko celebra el seu aniversari o algunos los cuentos de Sergio Gaut vel Harman que han aparecido en algunas antologías, corroboraban lo que mi cerebro me estaba diciendo: el surrealismo no es para ti. Pero en cambio también debo afirmar que he disfrutado muchísimo con novelas como Matrioshka o incluso con las descripciones tan etéreas y como no, surrealistas, que encontraba en trabajos como Així es perd la guerra del temps. Esto significa que no puedo clasificar el surrealismo como si me gusta o no. Es tan inverosímil que a veces la propuesta me entra directamente como un vaso de agua fresca y otras no me deja tragar y me aburre. También es posible que me desconcierte tanto que no sepa qué opinar.
Y un poco es la sensación que tengo de esta novela de Jaume C. Pons, Ciudat de Mal. Premio Ciutat de Tarragona Pin i Soler, una obra con una portada barroca, cargada y poco estimulante, con una contracubierta que te anima a empezar la novela y una historia muy bien escrita, tratada con valentía, pasión y cierta originalidad, pero demasiado surrealista para mi gusto. Aquí es donde una parte del cerebro me susurraba: "Déjala estar, no va contigo. El autor escribe bien, pero no te interesa la historia " y otra me decía:" Va, tira, los capítulos son cortos, se lee bien y reconoce que tienes curiosidad por saber hacia dónde van las tramas ". Total, que mi cerebro me enviaba mensajes contradictorios y ejercía una especie de lucha interior que se reflejaba con mis ánimos de continuar leyendo o no la novela
Ciutat de Mal nos habla de una ciudad imposible, que ocupa todo un planeta y que sus calles cambian la distribución y las formas —aquí me ha venido a la cabeza un cuento de Miéville "Informe sobre varios sucesos acaecidos en Londres" —, y donde las distancias son enormes y sólo una arteria principal parece ser una vía estable por donde se mueven los habitantes de este lugar surrealista:
"(...) Porque esta ciudad no acepta que la cataloguen, que la disequen, que la controlen a partir de esta mentira llamada planificación. La Ciudad, como la escritura, es libertad, un cuerpo mutante ultraextraordinario"
Es, además, una ciudad donde siempre nieva y donde las actividades parecen las mismas que encontraríamos en nuestro pero desenfocadas. No, más bien alteradas, exageradas. Esta urbe abrumadora está regentada por la figura del Constructor que establece una dictadura férrea y extrema. Es una ciudad donde se hacen referencia a menudo a razas alienígenas, naves espaciales que la sobrevuelan o a animales de compañía y bebidas con nombres desconocidos. Todo ello ayuda a aumentar la irrealidad del escenario.
El autor nos traslada a esta ciudad a través de tres líneas argumentales.
La primera de ellas está narra en primera persona y nos invita a seguir a un escritor virgen que lleva sobre los hombros una carga simbólica del mundo literario. Nuestro escritor quiere asistir a la presentación de un libro muy conocido en una galería que no se sabe muy bien dónde está. De camino se topará con peleas de autores famosos, conocerá musas sublimes y se adentrará metafóricamente dentro de la estructura de la creación, edición y distribución de los libros. Habrá sexo desenfrenado y sangre y muchas cosas más. Encontraremos referencias nada sutiles a obras claves de Bradbury, Perucho o incluso Frank Herbert (debo confesar que hojeando la novela leí la fase "gusanos de Arrakis" y me animó a empezarla) lo que evidencia que la literatura está muy presente en esta obra y el autor hace de esto un caldo de cultivo especialmente intenso.
La segunda historia nos presenta a una chica que corre desnuda por las calles, que está embarazada y que recibe ayuda. Una chica que se verá viviendo en un prostíbulo donde se realizan grandes espectáculos orgiásticos. Una chica que tiene que huir porque el Constructor ha prohibido la reproducción libre y, por tanto, con su condición de embaraza, está viviendo fuera de la ley. Esta segunda historia está narrada en una impactante segunda persona.
Y como ya adivinaréis, la tercera historia, la de la geperudeta (jorobadita), la asistente máxima de la principal familia de la Ciudad, está expuesta en tercera persona. La geperudeta es un muy buen personaje que cumple con sus obligaciones con toda naturalidad y que recorre inmensos espacios para comprar e inspeccionar los manjares de la gran fiesta que tendrá lugar esta noche en la mansión Fulkna, otro espacio geográfico surrealista donde las distancias son tan enormes que se puede considerar una ciudad dentro de la ciudad.
Las tres líneas argumentales se van sucediendo por capítulos cortos, sin diálogos (al menos directos) y con una prosa cargada que a menudo se marcha de la línia principal para filosofar o para debatir otros temas. Las tres tramas acaban confluyendo en unos capítulos finales. Pons aborda esta novela, como decía, con pasión y con un lenguaje vivo, directo, barroco y con toques poéticos. También grosero cuando es necesario. Una prosa viva, desenfada, desencadenada a veces. Retuerce con confianza las palabras y araña las frases para que convierten estos párrafos infinitos donde nos describe escenas impactantes, llenas de vitalidad y como no, surrealistas. Pone énfasis y a menudo nos sorprende con un gran vocabulario —que combina, también hay que decirlo, con palabras inventadas— y nos lleva a una percepción onírica de las tres tramas, como si no fueran con nosotros, como si formaran parte de un sueño extraño. Destacan especialmente algunas descripciones de personajes secundarios que te dejan embobado. Un ejemplo:
"(...) Sus cabellos son negros, y los recoge en una cola que le llega hasta los pies, una cola que esconde la raya de su culo con una delicadeza que no se sabe si es de dignidad o de coquetería. Su coño rasurado parece de niña, y eso inquieta sobremanera. Sus ojos son de loca, su voz es más un escupitajo que un instrumento oral para comunicarse: entre el esputo y la esponja, entre el rasgueo de una moribunda y la broma de una payasa. (... ) ".
Jaume C. Pons juega a provocar, en primer lugar, con su prosa directa y sin concesiones, pero especialmente también con la introducción del sexo visceral, muy presente en toda la obra o con sanguinarias performances subidas de tono. ¿Pero basta con todo esto? Dejando de lado la sorpresa inicial la novela, ¿La trama es capaz de conectar con el lector? Tengo que reconocer que conmigo no demasiado. Tal vez es porque la parte más racional de mi cerebro me dice que todo esto no tiene lógica. "Claro que no, estamos hablando de surrealismo, ¡merluzo!" me dice la otra parte de la cabeza, la más juguetona.
También hay que decir que el mensaje subliminal —o no— que nos transmite el autor busca evidenciar que la literatura es un sinónimo de libertad y de expresión sublime y que debe romper esquemas y moldes. Y Pons, en una diatriba final, nos expone sus entrañas en boca de su personaje escritor que no sabemos si es una declaración de intenciones metaliteraria de este alter ego suyo:
"(...) Yo no quiero una literatura normal, tampoco normalizada, Yo quiero una literatura anormal, anómala, rara, diferente, tarada, extraordinaria y que no se parezca a ninguna otra, que no se pueda comparar con nada más, una literatura que sea una seta, o mejor un hongo, y cuanto más invasivo y venenoso, mejor. Quizás yo no vomito una palabra tan elaborada como la suya, tan alambicada, tan en busca de lo que hace el resto en un intento, piensan, de dignificar. De acuerdo, pero yo tengo una cosa, y esa es la pasión, y tengo una incontinencia, tengo euforia, tengo imaginación, tengo exaltación, tengo ilusión, tengo ambición. (...) ".
¿La conclusión? Una novela valiente y que veo francamente bien que haya ganado un premio como el Ciutat de Tarragona, especialmente por el hecho de normalizar un tipo de literatura más experimental como ésta. Pero me ha costado bastante conectar en muchos momentos con ella; he disfrutado en varios fragmentos de la obra debido a la expresividad que emplea el autor pero las tramas abiertas no han alcanzado un interés especial para mí, todo hay que decirlo. La parte de mi cerebro que gana la partida coloca esta novela más a la altura del surrealismo de Miéville que puede llegar a ser muy duro que al lado de aquel otro surrealismo humorístico y simpático de Carlton Mellick III
Eloi Puig,
29/05/2020
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