Cuando una autora destaca de forma especial en la narración de formato corto como es el caso de Elisenda Solsona, uno espera ansioso saber cuándo se atreverá con la primera novela. Como comentaba, hasta ahora la autora era conocida por sus relatos, integrados en recopilaciones como Cirurgies —una antología de microcuentos— o Satèl·lits, este último volumen, sin ir más lejos se llevó el Premio Ictineu a mejor antología y mejor cuento por “Engranatges” que no es poca cosa. Tampoco hay que olvidar, sin embargo, relatos excelentes que han aparecido en otras recopilaciones corales como “Escates i tiges” en Contes per al (des)confinamient, el “El vent solar” en Freakcions 7 y “Perennifolia” en Narranación 7 que ya trataba de forma intensa el tema que nos ocupa en la presente novela.
Como veis, me puedo declarar un gran seguidor de la autora de Olesa de Montserrat, la cual todavía no me ha decepcionado nunca con sus textos. Y ahora, con Mammalia, cinco años después de publicar su última recopilación, vuelve a Males Herbes para traernos esta gran novela que se adentra a través de un escenario catastrofista a un tema muy sensible como es el de la maternidad.
Mammalia nos sitúa en un futuro cercano, en pocos años, en un ambiente deprimente en muchos aspectos. Lo primero que llama la atención es que varios volcanes llevan tiempo entrando en erupción y el mundo sufre episodios de polvo y ceniza. Además, las lluvias a menudo llevan granizo de grandes dimensiones. Aún se pueden disfrutar de días soleados pero en definitiva, la mayor parte del tráfico aéreo se ha detenido y los desplazamientos son infrecuentes. El frío cala en los huesos y la sensación de estos años es de tristeza y pesimismo.
El hecho de que el gris llene los colores del paisaje y la ceniza las narinas de las personas puede ser un perfecto reflejo de los ánimos del otro gran problema que azota nuestro mundo en este futuro próximo: El nivel de fertilidad en las mujeres ha bajado a unos límites alarmantes. Solo un 1% de las mujeres conciben hijos de forma natural y sin riesgos. Con los años, las paredes del útero femenino parece que han adelgazado de forma muy peligrosa y esto provoca que muchos partos acaben en desgracia o que muchos niños nazcan con deformidades. En esta actualidad sólo se concede a las mujeres una oportunidad de concebir hijos y siempre después de un minucioso examen para determinar si está preparada. Y sólo podrán intentarlo una vez.
Elisenda Solsona concibe esta novela de ambientación claramente catastrofista reflejando, según palabras de la propia autora, una experiencia personal en torno a la maternidad que puede trastocar los esquemas de cualquier persona: El no poder decidir libremente si quieres ser madre o no. En este caso condicionado por un escenario completamente desfavorable y de aires distópicos que quiere profundizar en esta pesadilla que puede ser la infertilidad en una pareja.
¡Pero atención! Lejos de buscar ningún melodrama o una historia de carácter sensiblero, la autora nos presenta una trama típica de un thriller y con un misterio que nos persigue desde el principio, el del origen de Cora, la protagonista indiscutible de ésta historia.
Mammalia se estructura en dos momentos diferentes de la vida de Cora, rellenos de breves capítulos dedicados a otros personajes —a menudo sin nombre propio— que nos ofrecen visiones sesgadas sobre el misterio de la identidad de la chica y del porqué parece que se esconden las pruebas o indicios de sus padres biológicos.
En la primera parte, Cora, una chica independiente, vital pero repleta de pequeños traumas y sentimientos de falsa nostalgia, repasa su extraña infancia hablando con su pareja: De cuando de pequeña viajó a la Catalunya Nord con su padre y la novia de éste, Sara. Y de la cueva escondida donde se puso al abrigo de una granizada repentina y las extrañas pinturas rupestres que encontró. Poco a poco, iremos descubriendo el pasado de Cora con estos recuerdos y otros muchos que nos empujarán a seguir leyendo sin parar esta curiosa y perturbadora trama.
Porque Solsona nos atrapa desde el principio, pero no sólo por la intriga creciente sobre el trabajo del padre de Cora, la extraña desaparición de Sara, las pequeñas casualidades, los personajes enigmáticos que encontramos en los capítulos cortos, o por lo que percibe a su alrededor mientras está de vacaciones en ese pueblecito al otro lado de los pirineos. No, la autora también nos acaricia con una prosa que tiene una fluidez excepcional y que nos traslada al pasado y al presente de forma continua sin que te des cuenta. Es un baile armónico repleto de sensaciones que puede acercarnos tanto a un recuerdo divertido de niñez como a una sensación de angustia inexplicable.
Cuando terminamos este preámbulo nos situamos en el presente, con una Cora, que al igual que el clima que le rodea, lo ve todo gris y sin sentido. Demasiados misterios le han acompañado desde que su padre la adoptó. No conoció a su madre ni padre biológico y nunca ha sabido nada de ellos. Ni el porqué tiene una cicatriz de una operación del corazón de cuando era un bebé, ni tampoco ha superado el trauma de perder a Sara, la novia de su padre, cuando ella era pequeña y que fue lo más parecido a una madre que tuvo nunca.
Sin embargo, Cora encontrará una pista que la puede llevar a descubrir más sobre su pasado y de rebote sobre su identidad. Quizás la autora en esta segunda parte se toma las cosas con más calma y tenemos la sensación de que ha perdido el rumbo pues no entendemos dónde nos quiere llevar. Lógico porque lo que nos espera en la última parte es un giro de guion espectacular, magnífico y que nos destruye cualquier presunción de quien fue realmente la madre biológica de la Cora.
La novela también es un cúmulo de alegorías sobre la maternidad y sobre el nacimiento: La cueva como una metáfora de un hogar seguro y también de un útero caliente donde te sientes a gusto y seguro. Pero también puede representar la lucha por vivir, por salir a un nuevo mundo. Un ejemplo: Hay un momento en que un personaje se arrastra por una túnel estrecho y salvaje, un pasaje que le intenta retener y parece que no lo suelte y este personaje finalmente sale por un agujero hacia la luz, con la piel rasgada y la sangre manando de las heridas, pero emergiendo hacia la vida, tal vez fuera un bebé.
También es una novela crítica y que muestra algunas tendencias actuales sobre los nuevos nacimientos. En Mammalia, no sólo existen los problemas de infertilidad a escala global, sino también se expone lo que piensan las mujeres jóvenes de este futuro sin apenas bebés, obligadas a dar óvulos a clínicas y hacerse revisiones para conocer su grado de posibilidades de ser fértiles. La propia Cora y su pareja debaten abiertamente del hecho de querer o no ser madres. Hay momentos que parece que Cora lo desee con todas sus fuerzas, otros en cambio, quiere desentenderse, pero al final lo más importante es el poder de decisión sobre algo tan vital como esto. Por tanto, la novela actúa tanto como un postulado crítico como también como un texto reflexivo en torno al concepto de la maternidad.
Una novela que, como comentaba, baila suavemente con nosotros, nos transporta a otras épocas, a recuerdos simples y a heridas abiertas, pero también nos devuelve constantemente a un presente desalentador y decolorado, una sinfonía de contrastes aliñada por un mal tiempo eterno. Pero siempre bajo un ritmo constante que prácticamente no decae nunca y que nos conduce hacia una trama final que nos estalla en la frente y donde descubrimos hasta dónde puede llegar el poder de la imaginación de Elisenda Solsona.
Cora ha estado toda su vida realizando una búsqueda sin saber realmente lo qué pretendía encontrar. ¿Un pasado? ¿Una identidad? ¿Una madre? La respuesta la encontrará finalmente y no será la que se esperaba —ni nosotros tampoco— pero al mismo tiempo vislumbraremos una historia tierna y eminentemente maternal en toda esta aventura que nos lleva del Baix Llobregat al Conflent, del presente al pasado, del desengaño paternal a un abrazo inesperado.
Eloi Puig
16/11/2024
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